Thomas R. Sinclair, fisiólogo vegetal, profesor de Ciencias Agrarias en la North Carolina State University y reconocido experto en la materia, ha participado en la UPNA impartiendo una sesión a los alumnos del Máster de Agrobiología Ambiental. Su especialidad, en la que lleva investigando más de treinta años, es cómo obtener mayor rendimiento de las plantas y cosechas, mediante aplicaciones a nivel fisiológico y molecular, específicamente en condiciones de sequía.
El profesor Sinclair defiende la aplicación de la ciencia y la tecnología para lograr mayores rendimientos en las cosechas, pero advierte de los límites. “Uno de los grandes retos es cómo aumentar el rendimiento de las cosechas y hay lo que yo denomino una expresión de deseos: quienes trabajan en ingeniería molecular creen que modificando algunos genes lograremos tener altos rendimientos, pero todo lo que sabemos después de 40 años de investigaciones es que eso no es tan fácil. En la actualidad podemos conseguir hasta un 18% más de rendimiento, pero en ningún caso vamos a llegar a duplicarlo”.
Y a todo ello se añade el problema del agua, un recurso escaso. “Si no tienes suficiente agua, no puedes tener mayores rendimientos. Y en muchas partes del mundo el acceso al agua aún va a ser más restrictivo, porque en esa competición las ciudades también demandan el agua; de modo que vamos a tener que aprender a cultivar con menos agua y eso va a hacer muy difícil incrementar los rendimientos”.
En ese contexto, se muestra crítico con el destino del cultivo de plantas para producir combustible. Recuerda que las autoridades norteamericanas ya hicieron una estimación sobre el biocombustible que debería obtenerse para el año 2022, “pero no calcularon la cantidad de tierras que necesitarían: un 50% más de las que tenemos destinadas a ningún otro cultivo”. Por eso, manifiesta su escepticismo: “Cuando nos fijamos en la cantidad de recursos que se necesitan para producir combustible a partir de las plantas, el esfuerzo que supone y el retorno que se obtiene, que no es particularmente alto, no creo que nos lo podamos permitir. Las necesidades de comida son continuas, la población crece, vamos a ser nueve mil millones en los próximos cuarenta años y sólo el hecho de cubrir las necesidades alimentarias va a requerir utilizar toda la tierra que tengamos disponible para ello”.
Agricultura y desarrollo social
Recientemente ha publicado, en colaboración con su mujer, el libro “Pan, cerveza y las semillas del cambio”, donde analiza la huella de la agricultura en la historia de la humanidad. “Ambas están íntimamente ligadas. Hemos analizado las diez sociedades más grandes y poderosas de la historia, desde Roma o Grecia, porque un aspecto que las hacía distintas y les daba poder era su habilidad para obtener el grano y mantener las fuentes de suministro de comida. Cuando las cosas cambiaron, cuando ya no pudieron defender esas estructuras de producción y suministro, es cuando empezó el declive y la caída de esas sociedades”.
En ese sentido, recalca que toda la historia de la agricultura ha sido la historia de la aplicación de la ciencia. “Hasta que no aplicamos la ciencia al rendimiento, obteníamos 1,8 toneladas por hectárea. Ahora obtenemos fácilmente diez veces esa cantidad. Y si nos centramos en África y Asia, en nuevos entornos medioambientales, vamos a necesitar nuevas tecnologías, vamos a tener que pensar sistemas de cultivo distintos a los que hemos utilizado en los países industrializados”.
La paradoja es que en el mundo se produce suficiente comida, pero no donde la gente la necesita. “Lo que hay que conseguir es tener la producción de los alimentos en áreas locales —señala— y precisamente uno de los papeles de los investigadores en las universidades tiene que ser ayudar a esos países en vías de desarrollo a través del conocimiento que hemos adquirido y de la tecnología que hemos desarrollado, de manera que ellos puedan trabajar sus propios programas”.
Dar mayor libertad a los científicos
Thomas R. Sinclair completó su formación científica en Argentina, Australia, Israel, Italia, Japón, Países Bajos y Nueva Zelanda. En períodos de dos a seis meses participa en proyectos de investigación cooperativa en diferentes países y ha sido invitado en numerosos foros internacionales. Defiende una mayor libertad de los científicos para investigar: “Los investigadores tienen bastante claro qué debe hacerse, pero el dinero viene de los gobiernos que son los que deciden”
“El asunto es recurrente —indica—. Gran parte del dinero para la ciencia llega a través de un sistema de subvenciones competitivas y eso tiene aspectos negativos, porque a veces se convierte en una lotería y no es un buen estímulo para nuevas ideas”. Si de él dependiera, “haría que el dinero estuviera disponible para los científicos, para que hicieran lo que consideraran importante; de hecho, cuando obtuve mi primer trabajo, lo que se me dijo fue que hiciera lo que considerara que era importante. Si yo dispusiera de esos fondos, buscaría gente con ideas brillantes, les daría el dinero y les diría: “adelante, continúa”.