Un estudio con 584 escolares navarros de 8 y 9 años de edad revela la percepción, tanto de niñas como de niños, de que son los varones los que padecen más siniestralidad escolar. Así lo creen el 76% de estos estudiantes para quienes las relaciones de convivencia son una esfera que puede desembocar en enfrentamiento con resultado de lesiones. Además, atribuyen a los chicos características personales (“son más brutos, atolondrados o movidos”, según dicen) y conductas de riesgo (pelearse, correr, subirse a las porterías…) para su mayor accidentalidad. Este trabajo, publicado en la revista “Gaceta Sanitaria” de la editorial Elsevier, es obra de las investigadoras de la Universidad Pública de Navarra (UPNA) Inés Gabari Gambarte y Raquel Sáenz Mendía, que han puesto el foco sobre el entorno escolar, donde ocurren el 15% de los accidentes en la infancia, y en una edad en la que se pueden sentar las bases de una cultura preventiva futura.
“En los centros escolares, transcurre gran parte del tiempo de los menores y, además, realizan actividades, como determinados juegos y deportes, que implican riesgos añadidos a los habituales”, indica Inés Gabari, profesora del Departamento de Psicología y Pedagogía.
Las autoras del estudio sitúan en la edad de 8 y 9 años “el momento propicio para adquirir habilidades, actitudes y comportamientos mediante el aprendizaje”, a lo que se añade que “los estudios epidemiológicos evidencian un aumento de la siniestralidad en esos años”, según apunta Raquel Sáenz, profesora del Departamento de Ciencias de la Salud.
El razonamiento infantil
Ante un accidente, “el razonamiento infantil difiere del adulto en cuanto a la interpretación de las causas”. “Durante la infancia, la conceptualización del accidente no sigue el esquema unívoco de causa-efecto, de tal manera que las respuestas de niñas y niños pueden identificar el resultado del accidente, por ejemplo, una caída, como la causa”, señala Inés Gabari.
Sin embargo, tal como afirma Raquel Sáenz, “pese a no tener tan arraigadas las ideas previas, la población infantil sabe identificar los accidentes como problema de salud y se cuestionan los múltiples elementos implicados; en este sentido, relaciona el origen y el tipo de los accidentes con mecanismos de prevención y de ayuda”.
Entre estas medidas de prevención destacadas por los estudiantes, las autoras han recogido la regulación de la conducta por una persona adulta, junto a otras como emplear medidas de ayuda generales (vigilancia y apoyo entre pares), arbitrar mecanismos de prevención (vigilancia ante el riesgo) o el desarrollo de valores (respeto, tolerancia y altruismo).
Por ello, el estudio plantea el enfoque novedoso de considerar a la infancia como “activo de salud y fuente proactiva generadora de claves para la construcción de entornos escolares más seguros”, por lo que las aportaciones de los escolares son un primer paso para desarrollar actitudes proactivas e instaurar programas preventivos. “La educación en prevención en los centros educativos sienta las bases de una cultura preventiva en el ámbito laboral futuro”, según se recoge en el artículo.
Para ambas investigadoras, “el desarrollo de competencias de prevención y promoción de la salud es uno de los principales desafíos de la educación actual”. Por ello, abogan, no solo por potenciar los planes de promoción y educación para la salud, que forman parte del currículo oficial como área transversal, sino por incluir en todos los centros la figura de la enfermería escolar para potenciar ambas áreas.