El dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera es utilizado por las plantas para formar sus tejidos y, cuando éstas mueren, el carbono puede llegar al suelo sobre el que crecen. Si se consigue optimizar el modo de cultivar la tierra para evitar que parte de ese carbono retorne a la atmósfera en forma de CO2, se estará contribuyendo a reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), una de las principales causas del calentamiento global y del cambio climático. En esa línea de investigación trabaja desde hace diez años el Grupo de Gestión de Suelos de la Universidad Pública de Navarra, que participa ahora junto con INTIA y Fundagro en el proyecto europeo LIFE RegaDIOX.
El proyecto, coordinado por Fundagro, tiene una duración de tres años. El objetivo principal es diseñar, probar y difundir el impacto que un modelo mejorado de gestión sostenible de la agricultura de regadío puede tener en relación a la captación de CO2 y las emisiones de GEI. Entre otros aspectos, se evaluarán y analizarán distintos indicadores para poder estimar el secuestro de carbono, la energía consumida y la cantidad de emisiones generada en relación al manejo del suelo, tipología de cultivos, sistemas de riego, fertilización, etc.
Los investigadores de la UPNA Paloma Bescansa, Iñigo Virto y Alberto Enrique se encargarán de una parte muy específica del proyecto que es la relacionada con el manejo del suelo. “Llevamos diez años trabajando en los procesos de incorporación y estabilización de la materia orgánica en el suelo —señala Paloma Bescansa—. Un nuevo enfoque está relacionado con el aumento de dióxido de carbono en la atmósfera y con la manera de lograr retener parte de ese CO2 en los suelos, en la materia orgánica depositada”.
En ese sentido, Alberto Enrique explica cómo la fijación del carbono en el suelo es un proceso natural, pero cuando los suelos comenzaron a cultivarse, perdieron parte del carbono que hasta entonces lograban retener. “La materia orgánica es buena para el suelo. Por ejemplo, pensemos en un hayedo. El árbol transforma las moléculas de CO2 en cadenas de carbono, que forman el tejido de la hoja. Cuando esa hoja cae al suelo, es materia orgánica muy beneficiosa para el suelo por fertilidad química, física, etc. Al final termina convirtiéndose en nutrientes, pero mientras tanto genera una serie de propiedades para el suelo: mejora la porosidad, permite el transporte de agua, etc. En muchos suelos agrícolas, ese contenido se cifra entre el 1 y el 3%, que parece muy pequeño pero que sin embargo tiene un papel muy importante en el funcionamiento del suelo”.
Cultivos de regadío
Lo que los investigadores estudian ahora es la manera de elevar esa aportación de carbono natural en el suelo, mediante un mejor tratamiento y manejo de las tierras de cultivo, del agua, etc. de modo que con un determinado suelo y en un clima concreto pueda tener mayor capacidad de retención de CO2.“Que el suelo gane en materia orgánica —indica Iñigo Virto— no sólo puede evitar parcialmente ese retorno de CO2 a la atmósfera sino que tiene también ventajas desde el punto de vista de la fertilidad del suelo y ayuda por ejemplo a reducir la erosión. La agricultura, con diferentes sistemas de manejo, puede influir en todo ese proceso y, en el caso de los regadíos, quizá los suelos consigan una mayor retención de carbono porque, de alguna manera, estamos cambiando las condiciones de un suelo que antes era secano y ahora va a tener más agua; simplificándolo mucho, podríamos decir que el potencial de materia orgánica de ese suelo en una zona semi-árida pasaría a ser como el de una zona más húmeda”.
De las seis acciones que se contempla el proyecto RegaDIOX, los investigadores de la UPNA participarán directamente en tres: Por un lado, compararán los secanos tradicionales con el regadío; por otro lado, evaluarán distintos cultivos herbáceos (maíz, hortícolas, forraje, alfalfa, etc.); y en tercer lugar, dentro de los cultivos permanentes, se centrarán en la viña y en el olivo, por ser suelos que se prestan más a un manejo con o sin cubiertas vegetales.
En esta fase inicial del trabajo, los investigadores están seleccionando una serie de parcelas en toda el área afectada por el Canal de Navarra (zonas que en los últimos quince años han sido transformadas en regadíos) para proceder a la caracterización de los suelos. “Vamos a ver qué tipo de suelos existen, porque es uno de los factores que más influyen en todo este proceso, y vamos a ver cómo evoluciona la cantidad y el tipo de materia orgánica en el suelo en función de los diferentes sistemas de manejo-cultivo”, explica Paloma Bescansa.
A su trabajo se unirá el desarrollado por INTIA, que hará un balance de la energía utilizada y de las emisiones de GEI asociadas a cada agrosistema, de modo que puede estimarse cuánta energía se utiliza en un cultivo, cuántos fertilizantes, cuántas emisiones van asociadas a ese sistema, etc. “La idea —señala Iñigo Virto— es evaluar el abanico más amplio posible: usos del agua, sistemas de manejo, fertilización, etc., y cuantificar el balance de GEI asociado a todas la acciones que tiene que ver con la actividad del riego”.
Por su parte la Fundación Fundagro, capitalizará y dinamizará los avances en la investigación y experimentación del proyecto en el sector agrario para que puedan ser transmitidos a los agricultores de forma que su aplicación práctica pueda ser una realidad mediante técnicas y manejos que hayan podido demostrar su eficacia. Así, RegaDIOX incluye también además de estudios sobre fertilización, evaluación de sistemas de riego (presión, aspersión, goteo, etc.), la creación de parcelas piloto, con las que a finales de 2016 se trabajará en la fase final del proyecto.