El papel que desempeñó en Navarra la llamada cuestión religiosa, el conflicto entre partidarios y detractores del proceso de secularización iniciado con el primer bienio de la Segunda República (1931-33), ha sido el objeto de investigación de la tesis doctoral realizada por Javier Dronda Martínez en la Universidad Pública de Navarra. En ella concluye que el uso político que se hizo de la cuestión religiosa, en un contexto de gran influencia social de la Iglesia, fue un factor determinante para el éxito de la movilización antirrepublicana en Navarra.
“La intensidad que alcanzó en Navarra la movilización católica contra la política secularizadora de la República se debió en gran parte a la gran influencia social de un clero muy numeroso y de origen cercano a su feligresía, tanto geográfica como socialmente —señala el autor del trabajo—. Su autoridad no se limitaba al terreno espiritual, sino que se debía también a su importante presencia en el campo educativo, a su labor mediadora entre distintas clases sociales y a su control del variado movimiento católico navarro”.
Javier Dronda Martínez, licenciado en Historia y profesor de secundaria, ha realizado su tesis doctoral bajo la dirección del profesor Emilio Majuelo Gil, del Departamento de Geografía e Historia de la UPNA. Vocal del Instituto de Historia Económica y Social Gerónimo de Uztáriz, es autor de publicaciones como “Catolicismo político y movimiento católico en Navarra, 1931-1936”, “El claro navarro ante el euskera en los años de entreguerras”, “Sesma durante la II República”. Asimismo, es coeditor junto con Emilio Majuelo Gil de “Cuestión religiosa y democracia republicana en España (1931-1939)”.
La investigación de este historiador no se ha limitado al bienio 1931-1933 sino que analiza también la influencia de la religión y la Iglesia católica en la sociedad navarra del primer tercio del siglo XX. Y lo hace desde diferentes vertientes: el papel de las fiestas religiosas y las devociones católicas en la sociabilidad y la identidad colectiva; los diferentes medios de influencia del clero; los distintos planos del movimiento católico; y las diferencias territoriales en cuanto al comportamiento religioso. A partir de ahí, Javier Dronda sí se centra en una narración más cronológica de las medidas secularizadoras en Navarra, desde la proclamación del nuevo régimen hasta la victoria electoral de la derecha en noviembre de 1933.
El proceso de secularización
El movimiento católico navarro incluía tanto a asociaciones directamente dependientes del clero (Acción Católica o las distintas asociaciones piadosas) como a otras más independientes —pero que tenían como uno de sus ejes principales de acción la defensa del status privilegiado de la Iglesia— como la denominada “buena prensa” y las organizaciones políticas católicas.
“Los distintos frentes del movimiento católico estuvieron siempre bien interconectados y el carlismo jugó un papel central en esas conexiones”, explica el investigador. En ese sentido, apunta que los carlistas habían desempeñado también un importante papel en la expansión del asociacionismo católico más influyente: el cooperativismo agrario agrupado en la Federación Católico-Social Navarra. “Este movimiento se había extendido sobre todo entre los pequeños propietarios agrícolas, no tanto entre los jornaleros, entre quienes se difundió un sindicalismo socialista ligado a las nuevas ideas secularizadoras”.
En algunos puntos de Navarra el proceso de secularización estaba ya avanzado en 1931, especialmente en localidades de cierto tamaño: en los pueblos de la Ribera, principalmente, pero también en la propia Pamplona, Alsasua, Yesa y algunos valles pirenaicos. “La llegada al poder de fuerzas republicanas y socialistas en el conjunto del Estado, así como la victoria electoral en algunos municipios importantes, dotó a la minoritaria izquierda navarra del control de ciertos resortes de poder durante el primer bienio republicano, lo que supuso una clara amenaza para el status de quienes hasta entonces habían hegemonizado la provincia, incluida la propia Iglesia”.
La nueva coyuntura obligó a la Iglesia navarra a afrontar un cierto proceso de modernización adaptándose a un nuevo marco laico en el que, aunque dejaba de recibir la protección estatal, podía seguir siendo socialmente muy influyente. “Las fuerzas políticas que en Navarra se opusieron a las reformas republicanas se caracterizaron por su intransigencia respecto al laicismo, como quedó patente ya desde las tempranas protestas contra la libertad de cultos”.
El rechazo a las reformas republicanas permitió la unión de todas las fuerzas católicas navarras en un heterogéneo frente común, la Coalición Católico-Fuerista, que venció en las elecciones constituyentes de 1931. “Pero esta unidad de acción finalizó con el fracaso de una vía estatutaria que garantizase la autonomía en política religiosa. A partir de entonces, el Partido Nacionalista Vasco apostó por una autonomía enmarcada en la nueva legislación republicana, mientras el resto de fuerzas católicas agrupadas en el Bloque de Derechas optaba por una oposición frontal al nuevo régimen, oposición violenta en el caso del carlismo que apostó desde el principio por la vía insurreccional”.
En opinión de Javier Dronda, a lo largo del primer bienio republicano la movilización católica fue creciendo conforme el laicismo se iba concretando en la legislación; se propagó la idea de que la religión estaba siendo perseguida y que, por tanto, el nuevo régimen secularizador y reformista era incompatible con una Navarra considerada esencialmente católica. “Ese mensaje favoreció la aceptación del discurso antirrepublicano por gran parte de la población Navarra, como se vio en la ya aplastante victoria electoral del Bloque de Derechas en noviembre de 1933”.