El Jurado al otorgar el premio a estas candidaturas avaladas por distintas instituciones y entidades colombianas y navarras, quiere destacar la labor de muchas personas que, tanto en Colombia como en otras sociedades presididas por la violencia se han comprometido con la defensa de los Derechos Humanos y dan testimonio del valor de la vida y la dignidad de la persona, denunciando las situaciones de marginación, miseria e injusticia. El jurado realiza con ello un acto de justicia social que pueda servir de ejemplo para los que se comprometen con la causa de la vida, los pobres y los desarraigados.
El fallo ha sido adoptado por el jurado formado según las previsiones testamentarias del Sr. Brunet. Lo preside Angel Torío López, catedrático de la Universidad de Valladolid; y son vocales Alberto Pérez Calvo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Pública de Navarra; Rafael Unceta Morales, Decano del Colegio Notarial de Pamplona; Javier Caballero Martínez, Decano del Colegio de Abogados de Pamplona; Patricio Hernández Pérez, catedrático de Literatura Española de la Universidad Pública de Navarra y que actúa como Secretario; Maite Litago Huarte, alumna de 4º curso de la Licenciatura de Derecho de la Universidad Pública de Navarra, por tener el mejor expediente académico de esta titulación; y Fernando Armendáriz Arbizu, representante por la Delegación Española de Amnistía Internacional.
Perfil de los galardonados
El padre Cecilio de Lora, nacido en 1929 en Larache, entonces protectorado español de Marruecos, es religioso desde 1946 y ordenado sacerdote en 1957. Desde que en 1965 se trasladó a Colombia ha llevado a cabo una labor de compromiso con los más necesitados y despreciados de la sociedad, así como en defensa de los derechos humanos en ese país. Desde su llegada a esa tierra supo entender la peculiar situación de Colombia para intervenir en favor de los pobres, de los
desplazados y de los sin techo, y supo elevar su voz para hacer caer en la cuenta a la sociedad de nuestro tiempo de la necesidad de respetar los derechos de los débiles, de los más marginados y desprotegidos de la sociedad. Ha trabajado incansablemente en la educación en el barrio Kennedy de Girardot, con los campesinos en Risaldalda y con las poblaciones negras en el Chocó, creando nuevos idearios de convivencia social y alternativas de modelos económicos. Igualmente ha dejado oír su voz de protesta ante la violencia existente en el país, defendiendo a quienes injustamente son tildados de guerrilleros por trabajar por los débiles y los que carecen de voz, en una muestra de claro compromiso por la dignidad del hombre y la mujer de nuestro tiempo, asumiendo incluso el riesgo de perder su propia vida. Su trayectoria le ha llevado a ser considerado una persona apreciada e indiscutida en todos los estamentos políticos, religiosos y sociales, en general, de Colombia. Dado su dinamismo, y a pesar de su edad, recientemente ha sido trasladado a Ecuador
para ampliar, aún si cabe más, el radio de su acción social.
Igualmente, el jurado ha querido reconocer la labor desempeñada en Colombia por la hermana Carolina María Agudelo Arango, nacida en el Departamento de Antioquia, en la República de Colombia en 1941. Se incorporó a la vida religiosa a los 20 años con la idea de contribuir con ello a la solución de los problemas de los demás. Comenzó su trayectoria social en los cinturones de miseria de Medellín, dedicándose al tratamiento de conflictos y a la orientación de jóvenes que, con gran facilidad, optan por las armas en "grupos de pandillas", contribuyendo también a la reorientación educativa del profesorado, a fin de que los estudiantes abandonen las conductas agresivas y se inicien procesos de mejora de calidad de vida, que eviten la desintegración social.
A partir de 1994, atendiendo al requerimiento del entonces Obispo de Apartadó, Monseñor Duarte, asesinado posteriormente por grupos violentos de su país, asume el desafío de contribuir a la recuperación psicosocial de viudas y huérfanos víctimas de la violencia en Urabá, denunciando con valentía y coraje las situaciones de injusticia, atropello, violencia y muerte. Trata de generar en los jóvenes una reflexión permanente sobre las situaciones de violencia que atraviesan y el derecho que tienen a unas condiciones de vida dignas, oxigenando y catalizando el dolor de mujeres y niños por la pérdida de sus compañeros, padres, hijos y hermanos, transmitiéndoles que la vida sigue para los vivos, siendo necesario encontrar fortalezas personales y nuevas alternativas para continuar en un trabajo que pretende y logra que la violencia, a pesar de la muerte, no genere odio ni venganza. El presente año 2002, el número de mujeres viudas atendidas por los programas impulsados por la hermana Carolina María alcanza la cifra de 1.650, y el número de huérfanos supera los 5.000.