El pasado 24 de junio, el Parlamento de Navarra acogió la jornada “Ciencia en el Parlamento: la violencia de género”, un espacio de reflexión y debate sobre el papel de la ciencia en la formulación de políticas públicas, organizada en el marco del convenio de colaboración entre la Cámara foral y la Universidad Pública de Navarra (UPNA).
La apertura institucional fue a cargo del presidente del Parlamento, Unai Hualde, quien subrayó que “frente al negacionismo, frente a los discursos machistas, somos muchas personas más las que creemos, defendemos y trabajamos para construir una sociedad donde las mujeres y los hombres seamos iguales”. A continuación, Begoña Pérez Eransus, vicerrectora de Estudiantes, Vida Universitaria y Compromiso Social de la UPNA, resaltó “el buen entendimiento entre ambas instituciones para llevar a cabo proyectos como este, con el objetivo de extender a la ciudadanía muchas de las investigaciones que desarrollamos en las facultades”.
La jornada contó con dos ponencias principales. La primera, a cargo de Patricia Amigot Leache, doctora en Psicología Social y directora de la Cátedra de Estudios de Género y Feministas de la UPNA, abordó los aspectos psicosociales de la violencia de género desde una perspectiva crítica y multidisciplinar. Posteriormente, la catedrática de Derecho Penal Inés Olaizola expuso la evolución normativa española en esta materia, reconociendo que “no cabe duda de que evidentemente se ha avanzado mucho”. Antes de concluir, se celebró un debate entre ambas ponentes y las personas asistentes.
En su intervención, Patricia Amigot insistió en que “comprender la violencia de género exige situarla en un marco estructural, ligado a las relaciones históricas de poder que configuran el sistema patriarcal. Lejos de ser un fenómeno aislado o resultado de características individuales, la violencia machista es un ejercicio de dominio masculino inscrito en un orden sociohistórico que legitima desigualdades simbólicas y materiales entre mujeres y hombres”. En este sentido, afirmó que “el género no debe entenderse como una variable más, sino como una categoría analítica que atraviesa e incide en otras dimensiones sociales y psicológicas”.
Amigot destacó asimismo la importancia de adoptar un “enfoque multidisciplinar con especial atención a la perspectiva psicosocial”, que analiza la interacción entre las estructuras sociales y la experiencia cotidiana de la violencia, así como su impacto en los procesos psicológicos y relacionales de las personas afectadas. “En una sociedad que continúa promoviendo modelos de masculinidad asociados al control, la dominación y la agresividad —reforzados por diversos discursos culturales como los videojuegos, la pornografía o narrativas heroicas—, la comprensión del fenómeno requiere reconocer que las expresiones emocionales y los mecanismos de afrontamiento difieren significativamente entre mujeres y hombres”. En este marco, Amigot cuestionó estereotipos habituales que presentan a los agresores como individuos descontrolados o carentes de autocontrol, señalando que muchos de ellos regulan sus emociones en otros ámbitos sociales, pero reaccionan con violencia ante la pérdida de poder en sus relaciones de pareja: “No es una emoción descontrolada, es una emoción con sentido que nace del deseo de mantener el dominio”.
La investigadora alertó también sobre la influencia creciente de la manosfera, un espacio digital que conecta con jóvenes varones a través de discursos misóginos que refuerzan la búsqueda de estatus y poder, representando un riesgo emergente para la reproducción de la violencia de género.
Por otro lado, Amigot denunció los sesgos existentes en la percepción social y profesional de la violencia machista. Explicó que “la mayoría de las mujeres no denuncian en las primeras etapas de la violencia; su prioridad es separarse del agresor, y solo cuando la violencia se intensifica suelen acudir a la denuncia, momento en el que a menudo son cuestionadas y estigmatizadas”. Asimismo, criticó la idealización de las víctimas como figuras pasivas o sin agencia, cuando en realidad muchas desarrollan complejas estrategias de resistencia que suelen invisibilizarse. Estos prejuicios están presentes incluso en los dispositivos de atención especializados, lo que dificulta una intervención adecuada. En cuanto a los agresores, rechazó la imagen simplista del “monstruo inadaptado”, advirtiendo que muchos están socialmente integrados y que los perfiles basados en hombres encarcelados no representan la complejidad de la realidad, limitando así la prevención y la intervención efectiva.
Durante su exposición, Amigot subrayó la necesidad de utilizar los datos no como un fin en sí mismos, sino como “herramientas para dimensionar el problema y fundamentar políticas públicas”. Aportó cifras que reflejan la magnitud real de la violencia de género, más allá de las denuncias y los casos mediáticos. Destacó que el sistema VIOGEN ha registrado más de 700.000 casos desde 2007 y valoró la macroencuesta del Ministerio de Igualdad (2019), que estima que más de tres millones de mujeres han sufrido violencia física o sexual por parte de sus parejas, y más de seis millones y medio violencia psicológica, “evidenciando que la magnitud del fenómeno supera ampliamente lo que reflejan los registros judiciales y policiales”.
Finalmente, Amigot concluyó aseverando que “la comprensión de la violencia de género como un fenómeno estructural implica que su erradicación está indisolublemente ligada a la lucha por la igualdad y la emancipación de mujeres y niñas.” Reconoció los avances en materia de detección y atención, pero reclamó la necesidad de reforzar los recursos para la intervención psicosocial y consolidar la investigación sobre violencia e igualdad como una línea estratégica con financiación pública estable y sostenida incorporada a los programas de investigación de I+D+I en la Comunidad Foral.