En la configuración
de la identidad colectiva vasca se van a poner de manifiesto,
por una parte, significaciones ancladas en el imaginario social,
como son el numen Mari (símbolo de carácter precristiano)
y Jaungoikoa (El Señor de Arriba, como símbolo cristiano),
y por otra parte, las significaciones ancladas en la conciencia
colectiva, como son los fueros y la idea de nación, o mejor,
“el cuerpo nacional de Euskeria”, en los términos
de Sabino Arana. La cultura es ese ámbito delimitado de
la infinitud desprovista de sentido del acaecer universa, al cual
los seres humanos otorgamos sentido y significación: unas
veces tales tramas de significación se sitúan “más
allá” de la experiencia social cotidiana, configurando
un ámbito supramundano aparte que es “lo sagrado”,
otras veces tales significaciones se sitúan en el ámbito
intermundano del grupo étnico o de la nación. Las
afinidades construidas entre un ámbito y el otro constituyen
lo que pudiéramos llamar la historicidad del proceso de
construcción de la identidad colectiva.
Prólogo por Andrés Ortiz-Osés
Introducción
Primera parte: Análisis de la identidad
colectiva
Capítulo 1: La construcción de la
identidad colectiva en las sociedades
Modernas
Capítulo 2: Las claves de la configuración
de la identidad vasca
Capítulo 3: Los hitos de configuración
de la identidad navarra moderna
Segunda parte: Análisis de las imágenes
del mundo
Capítulo 4: El moderno politeísmo
sin dioses
Capítulo 5: Encantamiento del mundo y desencantamiento
del
mundo en las sociedades modernas
Capítulo 6: Las formas complejas de religión
Epílogo, por Adrés Ortiz Osés:
la simbología vasca en Jorge Oteiza
Coda: “Cultura vasca y nacionalismo”
Escrito por Andrés Ortiz-Osés
Universidad de Deusto-Bilbao
En el estudio actual de la identidades colectivas creo que debemos
evitar como en todo, como en todo, los dos extremos: tanto el
pensar la identidad en términos existencialistas y cerrados
(fundamentalismo) como el dis-pensarla en nombre de lo indiferenciado
y el vacío (vacuismo). Entre la identidad absoluta o dogmática
y la identidad vaciada o anulada, puede hablarse de una identidad
simbólica, abierta y relacional: se trata de una identidad
diferida que articula su interpretación móvil proyectando
imágenes simbólicas de sentido que encuentran su
agarradero en la tradición cultural convivida por el hombre
a lo largo de su espacio existencial, La identidad simbólica
es una identidad cultural, que se distingue tanto de las identidades
ideales como de las identidades abstractas.
La identidad simbólica aparece así
como la interpretación medial o mediadora: yo la situaría
positivamente entre la identidad arquetípica (mítico-religiosa
o trascendente) y la identidad típica (lógico-funcional
o instrumental). En efecto, mientras que la identidad arquetípica
nos conecta con los números y el mito de origen, la identidad
típica nos abre al futuro civilizatorio y sus procesos
de racionalización tecnocientífica: en medio queda
la identidad simbólica, la cual emerge en el presente de
la significación humana, el cual media pasado mítico-religioso
y futuro lógico-abstracto, los dioses trascendentes y las
cosas inmanentes, el sentido numinoso y el significado secular.
La interpretación simbólica es pues
una autointerpretación que viaja con nosotros en el espaciotiempo
medial de las significaciones interhumanas. Entre los dioses y
el mundo, comparece el tempoespacio decisivo del hombre, el cual
fluye como una espiral situada entre la circularidad del ser trascendente
y la linealidad del ente inmanente, entre la regresión
y la progresión, el a priori y el a posteriori, lo mismo
y lo diferente: se trata del espaciotiempo anímico cohabitado
por el retorno implicativo de lo mismo diferenciado y, en definitiva,
por la (re)mediación que el lenguaje humano instituye entre
lo sagrado (esotérico) y lo profano (exotérico).
En la tradición cultural vasca la identidad
arquetípica está prefigurada por el mito de Mari
como personificación de la tierra madre; por su parte,
la identidad típica esta significada por el Kixmi o el
Dios-Hombre como figura desmitologizadora típicamente judeocristiana.
Si Mari representa el arquetipo mitológico de la naturaleza
divinizada, Kixmi representa el tipo postmitológico de
la civilización racionalista occidental. En medio queda
la identidad simbólica que encuentra su proyecto en la
cultura como cultivo de la naturaleza, y que en la tradición
vasca está simbolizada por la casa (etxe) y el árbol
de Gernika: mientras que la casa señala la reconstrucción
de la tierra, el árbol totémico simboliza el cultivo
de la tierra; así, la casa representa la cultura interior
y el árbol la cultura exterior, pero ambos son transiciones
entre el cosmos de Mari y el mundo de los objetos técnico-instrumentales
que encuentran su contexto en Kixmi y su proceso de racionalización
antimitológica. Así que la casa (familiar) y el
árbol (comunal) comparecen en ese espacio intermedio entre
el todo (la diosa omniabarcante) y el uno (el individuo industrioso):
como su mediación simbólica.
El ejemplo vasco es el ejemplo de la identidad
simbólica del primer espacio existencial: la nación
como ámbito donde se nace o vive. Pero la identidad simbólica
no se encierra en sí misma, sino que se abre al otro complementario
por cuanto toda cultura es intercultura (interlenguaje). El siguiente
espaciotiempo existenciales ahora el Estado donde se está
o convive. En nuestro caso se trata de España, cuya identidad
se disiente entre una identidad romano-católica (sobre
un transfondo celtíbero) y una tipología latinomediterránea:
en medio surgen las figuras simbólicas en las que nos contemplamos
colectivamente –Don Quijote, Don Juan, Carmen…–
Pero a su vez, tras la nación y el Estado, se delinea el
marco que nos une o reúne: la Unión Europea. Europa
nos ofrece como horizonte mitodológico el encuentro / encontronazo
de lo preindoeuropeo (significado por la mítica princesa
Europa) y lo indoeuropeo (significado por su raptor Zeus), mientras
que su realización tipológica se centre en el Logos
/ Razón (la racionalidad occidental). En medio quedan las
grandes mediaciones simbólico-culturales, entre las que
destaca el cristianismo por su importancia crucial y vertebradora.
Hemos identificado la nación como matria
(vasca), el estado como patria (española) y la comunidad
como fratria (europea): un paso más y nos conectamos con
nuestra filia o filiación hispanoamericana. En Hispanoamérica
identificamos un trasfondo mitológico amerindio, una mediación
lingüístico-cultural hispano-latina y una tipología
definible por una razón a la vez afectiva (positivamente)
y afectada (negativamente). Pero finalmente, y abandonando los
estadios intermedios, accedemos a identificarnos como terrícolas
o habitantes de la Tierra: el ámbito simbólico específicamente
humano de la cultura que se sitúa entre el mito de la Tierra
Madre (la diosa Gea) y sus tipologías tecnológicas,:
caza y pesca, agricultura y ganadería, industria y tecnociencia.
Con este último concepto nos abrimos a nuestra última
identidad en el Cosmos, recuperando así al final racional
nuestro origen mítico de carácter cosmonaturalístico.
De esta guisa, el recorrido procede del nacimiento en la tierra
madre y, tras pasar por los estadios intermedios, arriba la madre
tierra y su apertura al cosmos como punto de partida y de llegada.
Se trata del símbolo de nuestra identidad cultural como
hombres que, partiendo del humus terráceo (ctónico),
llegamos al humo sideral (el éter uránico de la
transición aristotélica): en medio queda el hombre
desgarrado en identidad simbólica di-ferida, es decir,
herida: es la rajadura humana sólo suturable simbólica
o culturalmente y, por tanto, a través de mediaciones y
aperturas de sentido. Pues el sentido no está dado sino
que es dación y, por tanto, donación: todo lo contrario
que cualquier cerrazón cultural, la cual lleva a la obturación
de sentido. Por ello hay que cambiar la dinámica moderna
de las identidades que se autoconsideran como una exigencia al
otro, cuando primariamente son una aportación propia: ya
que sólo puede exigir respeto quien ofrece un respecto
o respectividad.
Y bien, este largo preámbulo puede servir
para encuadrar el texto del profesor Josetxo Beriain de la Universidad
Pública de Navarra (Opus hominis) que presentamos. El autor
se caracteriza precisamente por tratar de mediar entre la sociología
de Durkheim o Castoriadis y la hermenéutica cultural del
Círculo junguiano de Eranos, así como, más
cercanamente, entre la sociología de Carlos Moya, el socii
y nuestra propia hermenéutica simbólica. El resultado
es esta obra densa y rica, en la que se describe tanto la teoría
de las identidades colectivas como la práctica de algunas
identificaciones culturales, como la vasca (y navarra). En su
análisis y síntesis, Josetxo Beriain accede a una
sociología simbólica abierta y exenta de reduccionismos,
lo que le permite estudiar con libertad los tres estratos de identidad
por nosotros privilegiados más arriba: la mitología
como arquetipología fundamental (horizonte trascendental),
la simbología como mediación cultural y la tipología
como realización funcional.