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Catálogo de Publicaciones de la Universidad Pública de Navarra


Josetxo Beriain

La identidad colectiva: vascos y navarros
ISBN: 84-89923-15-9
154 págs.; 17 x 24 cms.; Alegia, 1998
10,53 euros
Coedición con ediciones Oria/Haranburu Editor

Presentación
Índice
Prólogo

 

Presentación: “La identidad colectiva: vascos y navarros”


En la configuración de la identidad colectiva vasca se van a poner de manifiesto, por una parte, significaciones ancladas en el imaginario social, como son el numen Mari (símbolo de carácter precristiano) y Jaungoikoa (El Señor de Arriba, como símbolo cristiano), y por otra parte, las significaciones ancladas en la conciencia colectiva, como son los fueros y la idea de nación, o mejor, “el cuerpo nacional de Euskeria”, en los términos de Sabino Arana. La cultura es ese ámbito delimitado de la infinitud desprovista de sentido del acaecer universa, al cual los seres humanos otorgamos sentido y significación: unas veces tales tramas de significación se sitúan “más allá” de la experiencia social cotidiana, configurando un ámbito supramundano aparte que es “lo sagrado”, otras veces tales significaciones se sitúan en el ámbito intermundano del grupo étnico o de la nación. Las afinidades construidas entre un ámbito y el otro constituyen lo que pudiéramos llamar la historicidad del proceso de construcción de la identidad colectiva.

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Índice: “La identidad colectiva: vascos y navarros”


Prólogo por Andrés Ortiz-Osés

Introducción

Primera parte: Análisis de la identidad colectiva

Capítulo 1: La construcción de la identidad colectiva en las sociedades
Modernas

Capítulo 2: Las claves de la configuración de la identidad vasca

Capítulo 3: Los hitos de configuración de la identidad navarra moderna

Segunda parte: Análisis de las imágenes del mundo

Capítulo 4: El moderno politeísmo sin dioses

Capítulo 5: Encantamiento del mundo y desencantamiento del
mundo en las sociedades modernas

Capítulo 6: Las formas complejas de religión

Epílogo, por Adrés Ortiz Osés: la simbología vasca en Jorge Oteiza

Coda: “Cultura vasca y nacionalismo”

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Prólogo: “La identidad colectiva: vascos y navarros”

Escrito por Andrés Ortiz-Osés
Universidad de Deusto-Bilbao


En el estudio actual de la identidades colectivas creo que debemos evitar como en todo, como en todo, los dos extremos: tanto el pensar la identidad en términos existencialistas y cerrados (fundamentalismo) como el dis-pensarla en nombre de lo indiferenciado y el vacío (vacuismo). Entre la identidad absoluta o dogmática y la identidad vaciada o anulada, puede hablarse de una identidad simbólica, abierta y relacional: se trata de una identidad diferida que articula su interpretación móvil proyectando imágenes simbólicas de sentido que encuentran su agarradero en la tradición cultural convivida por el hombre a lo largo de su espacio existencial, La identidad simbólica es una identidad cultural, que se distingue tanto de las identidades ideales como de las identidades abstractas.

La identidad simbólica aparece así como la interpretación medial o mediadora: yo la situaría positivamente entre la identidad arquetípica (mítico-religiosa o trascendente) y la identidad típica (lógico-funcional o instrumental). En efecto, mientras que la identidad arquetípica nos conecta con los números y el mito de origen, la identidad típica nos abre al futuro civilizatorio y sus procesos de racionalización tecnocientífica: en medio queda la identidad simbólica, la cual emerge en el presente de la significación humana, el cual media pasado mítico-religioso y futuro lógico-abstracto, los dioses trascendentes y las cosas inmanentes, el sentido numinoso y el significado secular.

La interpretación simbólica es pues una autointerpretación que viaja con nosotros en el espaciotiempo medial de las significaciones interhumanas. Entre los dioses y el mundo, comparece el tempoespacio decisivo del hombre, el cual fluye como una espiral situada entre la circularidad del ser trascendente y la linealidad del ente inmanente, entre la regresión y la progresión, el a priori y el a posteriori, lo mismo y lo diferente: se trata del espaciotiempo anímico cohabitado por el retorno implicativo de lo mismo diferenciado y, en definitiva, por la (re)mediación que el lenguaje humano instituye entre lo sagrado (esotérico) y lo profano (exotérico).

En la tradición cultural vasca la identidad arquetípica está prefigurada por el mito de Mari como personificación de la tierra madre; por su parte, la identidad típica esta significada por el Kixmi o el Dios-Hombre como figura desmitologizadora típicamente judeocristiana. Si Mari representa el arquetipo mitológico de la naturaleza divinizada, Kixmi representa el tipo postmitológico de la civilización racionalista occidental. En medio queda la identidad simbólica que encuentra su proyecto en la cultura como cultivo de la naturaleza, y que en la tradición vasca está simbolizada por la casa (etxe) y el árbol de Gernika: mientras que la casa señala la reconstrucción de la tierra, el árbol totémico simboliza el cultivo de la tierra; así, la casa representa la cultura interior y el árbol la cultura exterior, pero ambos son transiciones entre el cosmos de Mari y el mundo de los objetos técnico-instrumentales que encuentran su contexto en Kixmi y su proceso de racionalización antimitológica. Así que la casa (familiar) y el árbol (comunal) comparecen en ese espacio intermedio entre el todo (la diosa omniabarcante) y el uno (el individuo industrioso): como su mediación simbólica.

El ejemplo vasco es el ejemplo de la identidad simbólica del primer espacio existencial: la nación como ámbito donde se nace o vive. Pero la identidad simbólica no se encierra en sí misma, sino que se abre al otro complementario por cuanto toda cultura es intercultura (interlenguaje). El siguiente espaciotiempo existenciales ahora el Estado donde se está o convive. En nuestro caso se trata de España, cuya identidad se disiente entre una identidad romano-católica (sobre un transfondo celtíbero) y una tipología latinomediterránea: en medio surgen las figuras simbólicas en las que nos contemplamos colectivamente –Don Quijote, Don Juan, Carmen…– Pero a su vez, tras la nación y el Estado, se delinea el marco que nos une o reúne: la Unión Europea. Europa nos ofrece como horizonte mitodológico el encuentro / encontronazo de lo preindoeuropeo (significado por la mítica princesa Europa) y lo indoeuropeo (significado por su raptor Zeus), mientras que su realización tipológica se centre en el Logos / Razón (la racionalidad occidental). En medio quedan las grandes mediaciones simbólico-culturales, entre las que destaca el cristianismo por su importancia crucial y vertebradora.

Hemos identificado la nación como matria (vasca), el estado como patria (española) y la comunidad como fratria (europea): un paso más y nos conectamos con nuestra filia o filiación hispanoamericana. En Hispanoamérica identificamos un trasfondo mitológico amerindio, una mediación lingüístico-cultural hispano-latina y una tipología definible por una razón a la vez afectiva (positivamente) y afectada (negativamente). Pero finalmente, y abandonando los estadios intermedios, accedemos a identificarnos como terrícolas o habitantes de la Tierra: el ámbito simbólico específicamente humano de la cultura que se sitúa entre el mito de la Tierra Madre (la diosa Gea) y sus tipologías tecnológicas,: caza y pesca, agricultura y ganadería, industria y tecnociencia. Con este último concepto nos abrimos a nuestra última identidad en el Cosmos, recuperando así al final racional nuestro origen mítico de carácter cosmonaturalístico. De esta guisa, el recorrido procede del nacimiento en la tierra madre y, tras pasar por los estadios intermedios, arriba la madre tierra y su apertura al cosmos como punto de partida y de llegada. Se trata del símbolo de nuestra identidad cultural como hombres que, partiendo del humus terráceo (ctónico), llegamos al humo sideral (el éter uránico de la transición aristotélica): en medio queda el hombre desgarrado en identidad simbólica di-ferida, es decir, herida: es la rajadura humana sólo suturable simbólica o culturalmente y, por tanto, a través de mediaciones y aperturas de sentido. Pues el sentido no está dado sino que es dación y, por tanto, donación: todo lo contrario que cualquier cerrazón cultural, la cual lleva a la obturación de sentido. Por ello hay que cambiar la dinámica moderna de las identidades que se autoconsideran como una exigencia al otro, cuando primariamente son una aportación propia: ya que sólo puede exigir respeto quien ofrece un respecto o respectividad.

Y bien, este largo preámbulo puede servir para encuadrar el texto del profesor Josetxo Beriain de la Universidad Pública de Navarra (Opus hominis) que presentamos. El autor se caracteriza precisamente por tratar de mediar entre la sociología de Durkheim o Castoriadis y la hermenéutica cultural del Círculo junguiano de Eranos, así como, más cercanamente, entre la sociología de Carlos Moya, el socii y nuestra propia hermenéutica simbólica. El resultado es esta obra densa y rica, en la que se describe tanto la teoría de las identidades colectivas como la práctica de algunas identificaciones culturales, como la vasca (y navarra). En su análisis y síntesis, Josetxo Beriain accede a una sociología simbólica abierta y exenta de reduccionismos, lo que le permite estudiar con libertad los tres estratos de identidad por nosotros privilegiados más arriba: la mitología como arquetipología fundamental (horizonte trascendental), la simbología como mediación cultural y la tipología como realización funcional.

 

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