Link a Pagina Inicial      
 
Catálogo de Publicaciones de la Universidad Pública de Navarra


Celso Sánchez Capdequí

Imaginación y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura
ISBN: 84-309-3332-8
271 págs.; 13,5 x 21,5 cms.; Madrid, 1999.
10,22 euros
Coedición con editorial Tecnos

Presentación
Índice
Prólogo

 

Presentación: “Imaginación y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura”

La cuestión que se aborda a lo largo de esta obra es la irreductibilidad de la imaginación social como facultad posibilitadora de novedosos e inéditos cursos de acción social. Si en la tradición occidental de pensamiento su papel ha sido menor -cuando no soslayado- por su intransigencia con los principios de la lógica aristotélica (principio de identidad, no-contradicción y tercio excluso), en nuestra actual situación –dominada por el desencanto y la incertidumbre-, más que reivindicar el potencial analítico de la razón consistente en descomponer los objetos hasta desenterrar sus elementos últimos, urge pensar la capacidad de síntesis y de recombinación de los elementos de la realidad que anida en la potencialidad transformadora de la imaginación. Ésta se asienta sobre un modo de ser, una morfología y una lógica de funcionamiento irreductibles a una razón de la que tampoco puede prescindir la vida social: la imaginación aporta los contenidos vitales que la razón con-forma críticamente.

arriba

 

Índice: “Imaginación y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura”


PRÓLOGO, por Josetxo Beriain 11
AGRADECIMIENTOS 19
INTRODUCCIÓN 20

PRIMERA PARTE: ASPECTOS DEFINITORIOS DEL IMAGINARIO

1. CONDICIONES ESTRUCTURALES DE LA CREATIVIDAD SOCIAL 33
2. DEFINICIÓN DEL IMAGINARIO CULTURAL 50
2.1. Imaginario como continente y como contenido 50
2.2. Dinamismo regenador del Imaginario 60
3. MODO DE SER IMAGINARIO 70
3.1. Magma 70
3.2. Sincronicidad 75
3.3. Circularidad 77
3.4. Religiosidad 82
4. MORFOLOGÍA DEL IMAGINARIO 86
4.1. Clasificación del mundo arquetípico del imaginario 86
4.2. Irreductibilidad del politeísmo arquetípico fundacional 92
5. FUNCIONES DEL IMAGINARIO 95
5.1. Funciones antropológicas 95
5.2. Funciones psicosociales 97
6. PROBLEMAS ADICIONALES DE LA CREATIVIDAD DEL IMAGINARIO 98
7. LA CREATIVIDAD SOCIAL REVISITADA 111

SEGUNDA PARTE: MONUMENTOS ESTRUCTURALES DEL PROCESO CREADOR

A) MOMENTO DE “FUSIÓN DEL SENTIDO” 125

1. EL MITO COMO RELACIÓN CREADORA DEL IMAGINARIO 130
2. SÍNTESIS MÍTICA DEL MUNDO 138
3. LA RELACIONALIDAD MÍTICA COMO “VERSE COMO” 150
4. FORMACIÓN DEL IMAGINARIO HISTÓRICO-SOCIAL: ÁMBITO DE LAS
SIGNIFICACIONES SOCIALES 154
4.1. Notas estructurales de las significaciones 158
4.2. Distintas tematizaciones teóricas del Imaginario histórico-social 162
5. ARTICULACIÓN MITOLÓGICA DE LAS SIGNIFICACIONES IMAGINARIAS 165
6. FUNCIONES DE LAS SIGNIFICACIONES IMAGINARIAS 175

B) MOMENTO DE “FISIÓN DEL SENTIDO” 177

1. PASO DE LA NATURALEZA A LA CULTURA 178
1.1. Constitución biológica del hombre y sus correlatos psicosociales 178
1.2. Proceso de transformación. Ley de la descarga 180
1.3. La encarnación simbólica del proceso de descarga 182
1.4. Heterogeneidad simbólica de la vida social 186
2. ORÍGENES DE LA INSTITUCIONALIZACIÓN 189
3. DEFINICIÓN Y CARACTERIZACIÓN DE LAS INSTITUCIONES 194
4. RECUENTO HISTÓRICO DEL COMPLEJO INSTITUCIONAL HUMANO 199
5. EMERGENCIA DE LA INSTITUCIÓN SOCIEDAD: CONSTITUCIÓN
DE LA RACIONALIDAD Y LA CONCIENCIA COLECTIVA 214
5.1. Elementos constitutivos de la conciencia colectiva 216
A) Representaciones colectivas 216
B) Rito 226
C) Política 241
5.2. Constitución de la identidad colectiva 248

REFLEXIONES FINALES 257
BIBLIOGRAFÍA 263
EPÍLOGO, por Patxi Lanceros 269

 

arriba

 

Prólogo: “Imaginación y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura”

Escrito por Josetxo Beriain

Pamplona, 1998


PRÓLOGO

DE LA MITODOLOGÍA

El trabajo que tenemos entre manos representa una aportación, sin duda, sustancial en el discurso sociológico. Aborda la dimensión de la creación de significado, de valor, como algo constitutivo del ser humano, algo que con distintos matices, ya nos había puesto de manifiesto Max Weber en sus pregnantes definiciones de acción social y de cultura, George Simmel a propósito de la producción de formas socioculturales, Alfred Schütz con su tematización de las estructuras (de significado)del mundo de la vida, Erwin Goffman con su concepto de claves de interpretación y Cornalius Castoriadis con su estudio de la dimensión del imaginario que conlleva toda la sociedad. La particularidad de la creación del significado del actor –a juicio del autor de este libro– se dirige a configurar una definición de la situación (el actor y su/s circunstancia/s) a través de, por medio del concurso de una mediación simbólica. El sujeto actor no es aquí propiamente el hommo habilis, el individuo constructor de sus útiles de trabajo que moviliza el mundo a través de la técnica, como lo han descrito Kart Marx y Ernst Jünger, sino más bien el hommo simbolicus que simboliza, pinta, representa aquellos fragmentos de realidad, aquellas provincias de significado delimitadas del acaecer infinito universal que en cuanto a tal carecen de significado.

Quizás como mejor comprendemos la naturaleza de tal “a través de” es trayendo a colación, a manera de ejemplo, la magnifica interpretación que Durkheim realiza de la representación totémica en Las formas elementales de la vida religiosa de 1912: “El tótem es ante todo un símbolo, una expresión material de alguna otra cosa, pero ¿de qué? [...] Tal símbolo expresa dos tipos de cosas diferentes, por un lado constituye la forma exterior y sensible de lo que hemos llamado el principio o dios totémico. Pero, por otro lado, constituye también el símbolo de sea sociedad determinada llamada clan. Es su bandera, es el signo por medio del cual cada clan se distingue de los otros, la marca visible de su personalidad, marca que llevan sobre sí todos aquellos que forman parte del clan en base a cualquier título, hombre animal y cosas [...].” Y apostilla Durheim: “El Dios del clan, el principio totémico, no puede ser más que el clan mismo, pero hipostasiado y concebido por la imaginación en la forma de las especies sensibles del animal o vegetal utilizados como tótem”. El ámbito de lo imaginario-arquetípico (Dios), se manifiesta, figura y presenta siempre a través de lo simbólico (tótem, clan), como su condición de posibilidad. El símbolo es “una unidad que presupone una escisión”. En principio, se hallan desencajadas en él, como ha puesto de manifiesto Eugenio Trías, la forma simbolizante, lo manifiesto del símbolo (dado a la visión, a la audición, a la percepción) y aquello simbolizado en el símbolo que constituye su horizonte de sentido (el ámbito de lo imaginario).

En el símbolo existe un “doble sentido” ya que está ligado a y está ligado por, por una parte, el símbolo de lo sagrado está ligado a sus significaciones primarias, literales, sensibles, a la representación material-profana del tótem, pero, por otra parte, el símbolo de lo sagrado está ligado por “eso otro” de lo cual recibe su contenido, cual epifanía de un Ministerio (“eso otro” es el imaginario radical). El símbolo es la correlación imaginal de dos tipos de identidad diferentes, el ser y el devenir, trascendencia e inmanencia, lo sagrado y lo profano, el bien y el mal, la luz y la sombra. Pero los símbolos no aparecen de forma aislada sino en el seno de constelaciones de sentido que adoptan el formato de relatos, de narraciones fundantes o mitologías, como ha puesto de manifiesto Andrés Ortiz-Osés. Estas mitologías comparecen como tramas de significación que dan cuenta de un drama existencial proyectado a través de un lenguaje simbólico-ritual en el cielo o empíreo a modo de modelo trascendental, cuyo contenido fundamental suele representar la lucha repetida entre dos principios o series personificadas, hasta lograr la asunción de los contrarios en el horizonte de sentido implicativo. Como muy bien afirma Celso Sánchez Capdequí, “en las mitologías se glosa la suerte del arquetipo a cuyo través se personifica la experiencia profunda del grupo, todo ello bajo la forma de un relato histórico donde se dramatizan los perfiles de un tiempo imaginario, normalmente asociado con hechos excepcionales, que van a determinar, a modo de marco interpretativo general, el ritmo de la vida colectiva”. El mito sería el discurso primero y último en el que se constituye la tensión antagonista para cualquier desarrollo del sentido”. En el mito comparece una “diseminación diacrónica (en los términos de Gilbert Durand) de secuencias, dramática y de símbolos, sistema último, asintótico, de integración de los antagonismos, que expresa en definitiva la guerra de los dioses”.

En el mito se produce una condensación de significado en la forma de arquetipos, de protoimágenes que son plurales, las entidades del mito están en plural, son absolutamente heterogéneas en su nomos irreductible, por tanto, hacemos frente a un polimitismo o “politeísmo”, como muy bien han planteado G. Durán, J. Hillman y A. Ortiz-Osés. Estas “imágenes primordiales” o arquetipos pueden ser de tipo psicosocial (Gran Madre, héroe, anima, animus, sí mismo), de tipo religioso (ángel, dioses –Yahvé, Dioniso, Jesús de Nazaret, Hermes, Zeus, Apolo, etc.-, semidioses-titanes (como Prometeo, demonios), de tipo impersonal (el Tao, números, cruces y mandalas), o bien animal (el dragón o el monstruo presente en todas las mitologías). En toda sociedad hay –y esto se hace manifiesto en el antagonismo de roles, más que en el antagonismo de clases– una tensión (como lo ha puesto de manifiesto Max Weber en la Zuischenbetrachtung de su sociología religiosa y en la conferencia Ciencia como vocación) entre al menos dos mitos directores. El politeísmo significa “varios” no “cualquiera”, no se apoya en que anything goes, sino que, más bien, pone de manifiesto que el alma tiene muchas fuentes de significado, dirección y valor. El alma pone de manifiesto la comunión de varias (muchas) necesidades, angustias, estilos y lenguajes, que no son sino el reflejo de esa lucha entre los dioses. La lucha entre culturas adversarias y la lucha dentro el alma humana no son sino la expresión de la lucha divina, los dioses con nuevos formatos luchan dentro de nosotros. El imaginario se expresa en una multiplicidad de formas. En cada alma individual podemos ver la pugna entre una multitud de daimones que sólo se logra aplacar por medio de una implicación imaginal de contrastes. Lo diferenciado contiene la unidad de lo único sin perder las posibilidades de lo variado al ser unidad de diferencias. El politeísmo no debe ser como entendido como la mitad de un par filosófico, cuya otra mitad sería el monoteísmo. El politeísmo en sí mismo es un estilo de conciencia. William James reflejaba esta posición en A Pluralistic Perspectiva, cuando afirmaba que “la realidad pudiera existir en forma distributiva, en la forma no de un todo sino de un conjunto de cada-s”. Este enfoque politeísta se refiere a la disociabilidad inherente a la psique, de la conciencia colectiva y del imaginario social y a la localización de la conciencia en una multitud de figuras y de centros. En el monoteísmo aparecen alojadas toda una serie de distinciones directrices: bien/mal, justo/injusto, bello/monstruoso, inmutable/contingente, etc., en el seno de una totalidad de significado que las complica, que las correlaciona. Este “todos(s) está(n) en Uno” viene a estar representado en un imaginario central llamado Dios. Incluso dentro de un horizonte espiritual, el configurado por la Fides christiana, que aglutina una “geografía espiritual” común en torno a la protoexperiencia de Jesús de Nazaret como imaginario central del cristianismo, es posible distinguir que expresan diversas formas de recepción y configuración de a teofanía cristiana en Europa, así, el Ángel de Roma, los ángeles de lo eslavo y de lo celta en el Levante y en el Poniente, los ángeles de lo germánico y de lo hispánico en el norte y en el sur, y finalmente el Ángel helénico en el zenit y el Ángel judaico en el nadir. Sin embargo el politeísmo parte del supuesto invertido: “en cada uno está todo”, es decir, cada una de las distintas directrices mencionadas constituye una constelación arquetipal que tiene sentido en sí misma, ya que cada uno de los elementos correlacionados, por ejemplo, el bien y el mal, adquieren sentido precisamente en el seno de la correlación, no por sí mismos. Así aparece en el Prometeo de Esquilo (y en el de Goethe, y en el de Kafka), en el Job bíblico, en el Ulises homérico, en Jesús de Nazaret, en el Fausto de Goethe, en el Aschenbach de Mann, en el heautontimoroumenos de Baudelaire, el Angelus Novus de Klee-Benjamin, etc. Tales constelaciones arquetipales no tienen por qué ser necesariamente imaginarios centrales, dioses o diosas, basta que sean imago Dei. Tanto en el politeísmo como en el monoteísmo se pone de manifiesto en el imaginario social: la capacidad para establecer relaciones, determinaciones allá donde en principio no existían sino múltiples fragmentos de realidad, indeterminaciones, contingencias. En el Imaginario el individuo aparece implicado en su realidad y en su destino, aunque sea un destino socialmente creado como ocurre en nuestras sociedades, un “nuevo” destino en el que aparecen coimplicadas las intenciones que se proyectan en nuestros actos y las consecuencias de la realización de tales intenciones, ya que producimos la realidad, pero en circunstancias que no hemos elegido y con consecuencias que no las hemos calculado, porque algunas de ellas son incalculables.

La estructura del imaginario social actual es de carácter politeísta; así encontramos la figura de Prometeo, del Titán, semidios, que roba el fuego al dios central del Olimpo, Zeus, para dárselo a los mortales, recibiendo como castigo ser amarrado a una roca en el Cáucaso. Los dioses le envían un águila para que devore su hígado. Prometeo aguijoneado por el dolor de su pico desgarrador se va hundiendo en la roca hasta hacerse uno con ella. A través del fuego, instrumento “a la mano” para dominar el mundo, Prometeo ha dado al hombre la libertad con la que desarrollar más plenamente un mundo de las formas que habían sido el producto de la mera necesidad. Pero existe un nuevo elemento en el viejo mito, el de la ambivalente actividad humana, ante el que Prometeo no puede intervenir, es decir, él no sabe cuál va a ser la historia y él futuro que él prepara con su “astucia y su capacidad de invención” al abandonar a las criaturas a sí mismas, mejor, a la cultura del fuego, sin la protección de los dioses. La historia se hace, pero no es algo que uno pueda hacer. Estas consecuencias involuntarias de la ación configuran la contingencia inscrita en el destino que determina los padecimientos de Prometeo y de los hombres. Al independizarse del panteón olímpico, Prometeo queda sometido a la dependencia de los hados:

Quedan aún innúmeros sobre mí antes
que se consume el fallo de los Hados.
ellos pueden más que la inventiva [mía].

No olvidemos que nadie puede situarse contra un dios, a menos que él/ella sea otro dios (“Nemo contra deum nisi deus ipse”) , y Prometeo es sólo un titán, pero hace suya la constelación arquetipal al proyectarse como imago Dei. Su titanismo no logra separarle de la sombra del destino. Prometeo se convierte en la prefiguración del “trabajador moderno”, de quien encontramos referencias obligadas en el “proletario” de Marx, en el “trabajador” que moviliza el mundo a través de la técnica de Jünger y de Heidegger, en el “hombre de mármol” de Vajda, e incluso el “cibernauta” de Gates. Todos estos nuevos Prometeos aparecen encadenados por la ley del intercambio mercantil a la “roca desnuda” de la producción capitalista. Prometeo y Job comparecen como “héroes” del sufrimiento, pero, mientras Prometeo proyecta el optimismo del saber, Job proyecta el pesimismo del ignorar. Para el Logos prometeico el pecado carece de sentido. La religiosidad de Job se basa en la percepción de la naturaleza y la sociedad como creación divina, frente a la irreligiosidad de Prometeo, basada en la percepción de la cultura como creación humana. Goethe en su poema “Prometeo” muestra ya cómo asume y reconoce Prometeo su condición humana, “es débil y lo sabe”:

Aquí estoy, dando forma
a una raza según mi propia imagen
a unos hombres que, iguales a mí, sufran
y se alegren, conozcan los placeres y el llanto,
y, sobre todo, a ti, Zeus, no se sometan,
como yo.

En la interpretación del mito de Prometeo realizada por Kafka, el mero paso del tiempo hace que la tradición sea olvidada. No hay memoria que el tiempo no borre.

Los dioses lo olvidaron, las águilas lo olvidaron
y él mismo se olvidó… Se cansaron de esa historia…
Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas,
la herida se cerró de cansancio. Quedó el inexplicable peñasco.

Pero no olvidemos, entre tanto olvido, que también quedaron los hombres frente a la roca prometeica o al “granito” goethiano o frente al monolito de Stanley Kubrik en 2001. Odisea en el espacio. Empezamos con una verdad: el fuego, el robo, el castigo y acabamos en lo inexplicable de ese absolutismo de la realidad, en la roca.

En nuestro imaginario social también encontramos otra variedad arquetipal, la representada por Dioniso. Éste representa la reencarnación del mismo proceso mitológico, hermano “carnal” de Cristo, semidios como éste, hijos de Júpiter/Yahvé y de una mortal Semele/María, prefigura la esclavitud divina, de la que habla el Deuteroisaías judío y el Herakles griego, prefigura al esclavo de los dioses y al amigo de los mortales. Hay que poner de manifiesto la existencia de una metamorfosis en la personalidad de Dioniso. Primero aparece como Zagreo, dios delirante y alocado, luego como Baco, dios del vino, y, finalmente, como Iakos, niño-dios que corresponde al renacimiento divino. Estas diferentes “máscaras de lo divino” se coimplican en el relato mítico de “Pan y Vino” que nos ofrece Hölderlin, de tal manera que el inframundo o “este mundo” (la tierra) se conecta imaginalmente con el supramundo divino o con el “otro mundo”, a través del hombre-dios Dioniso. El renacimiento de la semilla de las oscuras entrañas de la tierra, como nueva flor verde, es una imagen del hombre, en la que el alma de éste no permanece en el Hades, sino que en otro cuerpo retorna a los dioses eternos. Como pone de manifiesto Hölderlin:

El pan es fruto e la tierra, pero
la luz lo bendice, y al dios del trueno
debemos la dicha del vino.


El ritual de la comida (Brot) y de la bebida (Wein) comunitaria es el sacramento, la comunión, la experiencia de la comunidad, donde el desmembramiento de Dioniso a manos de las bacantes, su “dispersión en la materia” y su posterior transustanciación en el alma comunitaria conforma el espíritu que conecta el inframundo con el supramundo a través del puer aeternus que renace.

Quizás, aquí es como mejor se ve cómo conecta Hölderlin el mayor de los peligros, el desmembramiento físico, con la salvación, es decir, el renacimiento como puer ateremus. El paralelismo con Cristo es evidente: también este muere y nos lega en su muerte hasta el día de su retorno, pan y vino. En los excesos culturales de Dioniso subyace un importante fondo de solidaridad social de carácter comunalista que supone una superación del estado de separación, como ha apuntado Manfred Frank. Una sociedad que no sea capaz de conjugar la conexión de los opuestos se expone a la explosión catastrófica del elemento negado ya que consecuentemente no ha sido capaz de asumir a su “sombra”, a su “hermano oscuro”. La espantosa Shoa fue un conflicto con la sombra, se produjo la loca fantasía de destruir totalmente una sombra, ante la imposibilidad de asimilarla. Esta “sombra” viene representada por una mitología antagonista, por una cultura adversaria, en términos de Daniel Bell. Esta “sombra” se proyecta como una construcción que contradice los hábitos de la propia sociedad, no es aceptada como una contradicción inherente al dinamismo de la propia estructura social (la existencia de extranjeros, comunistas, judíos, agentes provocadores, en los términos de Joseph Conrad) y es proyectada hacia fuera y experimentada como extraña a la propia estructura. Se construye tal “sombra” como la negatividad de “lo externo-extraño” y no como la negatividad de “lo interno-propio”.

Ejemplos de esta variante arquetipal dionisiaca aparecen en a modernidad a lo largo de todo el variado elenco de movilizaciones colectivas de carácter revolucionario, desde la Comuna de París, pasando por la revolución rusa y la revolución china hasta llegar al movimiento neorromántico, comunitarista y postmaterialista de finales de los setenta que se extiende por Europa occidental. Aunque muchos de estos procesos terminan, bien hay que decir que de forma no pretendida, después de un tiempo de rutinización, reproduciendo aquello que criticaban, no obstante, la pretensión de Owen, Fourier, Marx, Luther King, Ghandi y otros más es crear nuevas fraternidades que protejan las identidades puestas en peligro o no reconocidas. No olvidemos que en el fondo de reflexiones tan importantes como las de Ferdinad Tönnies y de Victor Turner sobre la comunitas lo que subyace no es otra cosa que una cualidad relacional de comunicación plena, no mediatizada (por medios especializados de comunicación simbólicamente generalizados como son el dinero y el poder), una comunión, un vínculo comunitario, igualitario, directo, existencial.

Si la sociedad no quiere reconocer este “politeísmo arquetipal” o polimitismo, si su “superyó” reprime brutalmente toda mitologización antagonista entonces hay crisis y disidencia violenta. Todo autoritarismo nace del exclusivismo y de la opresión –muchas veces con la mejor fe del mundo- que provoca el asentamiento de una sola lógica. Por otra parte, tampoco debemos caer en la solución fácil pero irreal de pensar que el mito recurre tal cual. La mayoría de las veces el mito originario sale irreconocible de un proceso de cambio. Pierde algunas de sus propiedades y gana otras, como es el caso de Prometeo, que pierde algunas notas características para convertirse en Fausto.


arriba

 

 

 

 

 

 

 

PURESOC: Escríbenos
|Universidad Pública de Navarra||Departamento de Sociología||Departamento de Trabajo Social|