Link a Pagina Inicial      
 
Catálogo de Publicaciones de la Universidad Pública de Navarra

 

Manuel Ortuño Martínez
Xavier Mina: Guerrillero, liberal, insurgente

ISBN: 84-95075-42-3
427 págs.; 17 x 24 cms.; Pamplona, 2001
Colección Historia, 5
16,83 euros

 

Presentación
Índice
Prólogo

 

Presentación: “Xavier Mina: Guerrillero, liberal, insurgente”


Xabier Mina, sobrino de Espoz y Mina, olvidado de la historiografía más reciente, es un personaje atractivo, cargado de motivos de interés: protagonista del movimiento guerrillero navarro en la Guerra de la Independencia; liberal adscrito desde sus inicios a los grupos más radicales; exiliado en Francia y en Londres, en contacto con Blanco White y Floréz Esrada, Xabier Mina se enfrento al absolutismo de Fernando VII y decidió combatirlo en tierras de América, apoyando a la insurgencia mejicana, dirigida entonces por Morelos. Organizó en 1816 en Londres, con el apoyo de lord Holland y los liberales británicos, una Expedición internacionalista integrada por oficiales de diversos países de Europa y América, que desembarcó en México y se enfrentó al Virrey Apodaca y a los ejércitos realistas. Murió fusilado en 1817, luchando por la libertad y la independencia de las provincias americanas. Sus Proclamas y otros escritos contienen textos de gran aliento y contenido liberal.

MANUEL ORTUÑO MARTINEZ, licenciado en Ciencia Política y doctor en historia de América por la Universidad Complutense, ha sido profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Nacional Autónoma de México y en la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México, país en el que residió largos años. Sociólogo experto en turismo y comunicación, ha publicado, entre otras obras, Antología de las Historias Políticas (2vols); Introducción al Estudio del Turismo; Teoría y práctica de la Lingüística Moderna; Mina y Mier, un encuentro, así como numerosos ensayos y trabajos de revistas de España y de México. El presente libro tiene como base una tesis doctoral, presentada en la Universidad Complutense de Madrid en octubre de 1998.

arriba

 

Indice: “Xavier Mina: Guerrillero, liberal, insurgente”


Prólogo 15

Introducción 21

Parte Primera

MINA GUERRILLERO


1. Infancia y juventud 33

Fecha y lugar de nacimiento 33
La familia 36
Primeros años 39
Regreso a Pamplona 45
Mina y Aréizaga 48
Intermedio en Navarra 52
Batalla de Alcañiz 54
De nuevo en Pamplona 55
Acciones de María y Belchite 58

2. Actividad guerrillera 61

El fenómeno guerrillero 62
Los comienzos de Xabier Mina 63
Ocho meses en acción 66
Primeros encuentros 68
Madurez y plenitud 73
Descanso y reconstrucción 78
Entre Lérida y Labiano 84
El viaje a Lérida 84
Regreso a Navarra 86
Labiano 89

3. En poder de los franceses 93

Prisión en Pamplona 93
Años difíciles 99
El castillo de Bayona 100
Encierro en Vicennes 110
La celda de Mina 110
Primeros meses en prisión 111
Una transformación personal 115
El general de Lahorie 120
Año de 1811 124
Ultimo año en Vicennes 130
Saumur y el regreso a casa 134
Reencuentro con el “Corso Terrestre” 137

Parte Segunda

MINA LIBERAL


4. Situación de España en 1814 143

La crisis constitucional 143
Primera Restauración 144
El proceso de los liberales 146
Teoría del pronunciamiento 148
La utopía insurreccional 150
Porlier, en Madrid y La Coruña 152
Mina: del regreso al “pronunciamiento” 155
Testimonios de la época: Ardazun, Fray Rafael de Vélez, Aviraneta,
Empecinado, Palafox 162
Verano de 1814 168

5. Pronunciamiento frustrado 171

Pamplona en los libros de historia 173
Los sucesos en los biógrafos de Mina 176
Los contemporáneos
Biografías recientes 179
Textos de Javier Mina 181
Apoyo exterior. Testimonio de Marchena 183
El levantamiento de Pamplona en América 184


6. Persecución y exilio “vigilado” en Francia 187

Internamiento en Francia 187
Declaraciones de Mina en Pau 192
Mina, Angulema y Napoleón 196
En tránsito hacia Londres 197

7. Mina en Londres 199

El año de Londres en los biógrafos de Mina 199
Llegada a Inglaterra 204
Correspondencia de Mina 207
La investigación de Jiménez Codinach 216
Mina y los mejicanos residentes en Londres 217
Ayuda financiera y apoyo privado 219
El círculo de Holland House 223

8. Conspiraciones y contactos 225

Inglaterra en los escritos de Mier 226
Marques del Apartado 232
Primer proyecto de expedición 236
Palacio Fajardo en Londres 239
Mina, Lord Russell y la Holland House 241
La Embajada española 245
Mina y el General Scott 252
Ultimos días de Mina en Londres 256

9. La travesía del Atlántico 263

Compañeros de viaje 263
Condiciones de la navegación 268
Los hilos de la traición 269
Amistades, recuerdos y consejos 270
Cartas de Mina a Lord Holland 272
Nuevas precisiones de Mier 276
Una experiencia compartida 278

Parte Tercera

MINA INSURGENTE


10. Historiografía de la expedición de Mina 285

Manuscritos 285
Publicaciones contemporáneas 288
Historiadores del siglo XIX 295
Historias del siglo XX 301

11. Culminación de todos los esfuerzos 309

Piratas y corsarios 309
Los hermanos Laffite y la insurgencia mejicana 311
Comodoro Luis de Aury 313
La “sobreactuación” de Alvarez de Toledo 315
Patriotas en Baltimor y Filadelfia 319


12. Mina en los Estados Unidos 323

Acogida y apoyos 323
Correspondencia del Embajador Onís 328
Alvarez de Toledo y Xavier Mina 337
Madurez ideológica 343


13. Mina en Haití y Gálveston 349

Encuentro con Bolívar en Puerto Príncipe 349
En Gálveston con Aury y Zárate 356
Breve visita a Nueva Orleáns 364

14. Los trescientos de Mina 369

Manuscritos: Brush, Webb. Potter 370
Fuentes secundarias 374
Siete meses en México 375
Muerte de Xavier Mina 393

BIBLIOGRAFÍA
1. Libros 401
2. Revistas
420


arriba

 

Prólogo: “Xavier Mina: Guerrillero, liberal, insurgente”

por María Cruz Mina


En los años cincuenta una hermana de mi padre acudió a la consulta del doctor Marañon. “Mina y de Pamplona. ¡Será usted pariente de Mina el Mozo!” le espetó don Gregorio. La respuesta, “no le conozco ¿Vive en Pamplona?”, debió de dejar al doctor sin animo de insistir. No, la familia de mi padre, que pensaba más en el futuro que en el pasado, nunca tuvo curiosidades genealógicas. Hoy es el día que ignoro mi parentesco, si es que lo hay, con Xavier Mina, “guerrillero, liberal e insurgente” objeto de esta obra. No fue interés familiar sino histórico el que me hizo leer con fruición la tesis doctoral, convertida hoy en el libro que el lector tiene entre sus manos, y cuyo autor, Manuel Ortuño, ha tenido la deferencia de invitarme a prologar.
Fue una suerte que Manuel “se encontrase”en México con Xavier Mina y se preguntase cómo este navarro que da su nombre a centros escolares, parques, calles y plazas en casi todas las ciudades mexicanas, fuese en España, incluso en su tierra natal, Navarra, un perfecto desconocido, cuando no confundido con su tío, el general Francisco Espoz e Ilundain, a quien, ironías de la vida, la historia conocerá como “general Mina”. De aquella curiosidad intelectual surgió esta excelente investigación de muchos años. Todo un ejemplo de preocupación por el rigor y la verdad histórica. Ceñido al documento y en continuo diálogo crítico con las fuentes bibliográficas, su autor ha sabido combinar el relato con el debate historiográfico sobre los hechos. La reproducción integra de buena parte de los documentos, principalmente de la correspondencia, si bien puede hacer perder momentáneamente el hilo de la narración, le hace ganar en respeto al lector, facilita la reflexión propia, incluso proporciona la emoción de la lectura directa sin intermediación que selecciona e interpreta, ni siquiera traducción, que a veces traiciona. Los comentarios, que no conclusiones, que siguen a los documentos, son toda una prueba del afán del autor por exprimir su contenido a la luz de conocimientos previos y de la lógica de los hechos, pero también, de dejar una puerta abierta a cualquier otra interpretación.
Sin embargo, a modo de aviso a navegantes-lectores, es mi impresión que el autor ha sido victima de esa “afabilidad cautivadora” que sus contemporáneos atribuían a Xavier Mina. Diríase que una especie de síndrome de Estocolmo se ha operado en el biógrafo respecto ha quién le ha tenido encerrado y con el que ha compartido tanto tiempo, tantas horas de trabajo le ha robado, aunque también, a buen seguro, le ha proporcionado no pocas satisfacciones, de las que sólo los investigadores conocen. Un halo de simpatía, de benevolencia, incluso de fascinación hacia el personaje recorre la obra. Compatible ciertamente con la honradez intelectual. Pero es evidente que Mina le ha ganado la partida a Ortuño.
Y es que la primera impresión que deja el recorrido de estas páginas es la de la sorprendente y fascinante aventura vital de este navarro de Otano que en sus sólo 28 años de vida mando el Corso terrestre navarro contra Napoleón, compartió prisión en Francia con Lahorie, tomo parte en el levantamiento liberal de Pamplona de 1814, perteneció al círculo de Holland House en Londres, dirigió una expedición en apoyo a la insurgencia en México, donde, derrotado por otro navarro, el general realista Liñan, que quiso perdonarle la vida, fue finalmente fusilado en el rancho del Venadito por orden del virrey Apodaca el 11 de noviembre de 1817. Contado por Lord Byron primero (“los trescientos de Mina”), después por Neruda en su Canto General y pintado por Diego Rivera en los Murales del Palacio Nacional, sus cenizas se guardan en la Columna de la Independencia de la capital mexicana.
Testimonios de la época dicen de él que tenía “hermosa figura, espíritu activo y enérgico ...afabilidad y modales cautivadores... que era valiente sin límite y confiado en su suerte”, pero también ambicioso, amigo de la lisonja, mujeriego y con la misma disposición para engañar que para ser engañado. En suma, ni ángel ni demonio, un hombre de carene y hueso, que diría Unamuno. También un vitalista que, si hizo de la milicia su pasión y la puso al servicio de la causa de la libertad, no ahorró medios, incluso considerados por algunos deshonrosos, para salvar su vida las dos veces que la vio comprometida. Lo que todavía le hace más humano ¿Aventurero, oportunista, idealista? Difícil penetrar en el mundo de las intenciones, incluso saber si se dan en estado puro. Más difícil es descubrir el sentido a las acciones. Y sobre este, si que sabemos, desde nuestra perspectiva histórica, que Mina apostó por la causa que en aquel momento empujaba al mundo hacia delante.
El interés de esta obra va más allá de la recuperación biográfica de un navarro injustamente olvidado. Contribuye en buena medida a dar luz sobre el significado del primer liberalismo hispano, todavía hoy confuso debido a interpretaciones posteriores mediatizadas por el prejuicio político. También nos ilustra del complejo mundo de intereses que estuvo en el origen de la independencia mexicana en particular e hispanoamericana en general, del protagonismo decisivo de Gran Bretaña y Estados Unidos y del respaldo que obtuvo de buena parte de la opinión liberal española.
No es fácil saber las ideas del Mina guerrillero que lucho contra Napoleón. La llamada “guerra de independencia nacional” tuvo en sus orígenes mucho de reacción antiliberal. Si parece claro que la amistad y la larga convivencia con el padrino de Víctor Hugo, el general Víctor Lahorie, debieron iniciarle en las nuevas ideas del siglo. Pero la verdadera escuela liberal debió de ser para Mina el círculo de Holland House en Londres, refugio de los exiliados españoles, es donde se fraguaban las ideas, pero también la acción, de nuestro liberalismo Allí pudo Mina escuchar y cambiar ideas con Blanco White, Flórez Estrada, los Istúriz, Toreno... pero sobre todo con Lord Holland. Conforme avanzan las investigaciones, más se demuestra la “fascinación inglesa” de nuestros primeros liberales y la importancia del citado Lord como autentico mentor y guía del reformismo económico y político en España a partir de 1808. Esta obra añade nuevas pruebas y, la más importante, de que en este cenáculo, también frecuentado por criollos americanos, se proyecto y financió la Expedición militar de Mina a México. La relación entre emancipación americana y causa de la libertad en España se hace con ello más comprensible.
Porque, conviene adelantar, que la libertad que preocupaba fundamentalmente a nuestros primeros liberales era hija de la Ilustración y de Adam Smith. El “laissez faire, laissez passer” conduciría a la prosperidad y felicidad de las naciones al liberarlas de la oprimente miseria y de la desgracia material. Nada más. Pero nada menos. Liberalismo con vocación universal porque el libre comercio era la condición para el progreso económico y la felicidad de la humanidad, ese nuevo bien común secularizado que ilustrados y liberales situaban en la cima de los valores. La fórmula política para garantizar el nuevo orden de cosas era secundaria y discutible. Mientras los afrancesados podían seguir pensando en despotismo ilustrado napoleónico, los liberales, desde Jovellanos a Argüelles, pasando por Flórez Estrada, todos bajo la batuta de Lord Holland, hicieron suyo el modelo constitucional inglés. Completaron a Adam Smith con Burke: Constitución histórica, antiguas leyes fundamentales y restauración de Cortes como derecho histórico de la nación a estar representada en ellas. Se trataba de llevar a cabo una “revolución tradicional” para recuperar el poderío y la grandeza perdida tras trescientos años de despotismo y ruina. La libertad no era un bien nuevo a conquistar sino una viaja tradición a recuperar. Idealización de lo viejo al servicio de lo nuevo que iba a dejar una huella de larga duración en nuestra cultura política.
Rastreando por escritos y proclamas de Mina no es fácil ordenar sus ideas entorno al binomio “libertad, prosperidad, felicidad, ley, librecambio, mérito, interés general” frente a “despotismo, miseria, desdicha, arbitrariedad, monopolio, privilegio, interés particular”. El despotismo, al quebrar la ley natural de la libertad oprimía al pueblo porque lo condenaba a ala miseria y actuaba arbitrariamente al servicio de comerciantes monopolistas, empleados sin mérito y militares serviles... ¡y a eso llamaban España!
Con este telón de fondo se entiende mejor esa idea tan repetida por Mina, y comprendida por muchos de que “en América se conquista la libertad de España”. La apertura de los puertos americanos al libre comercio, que tal era el objetivo, no sólo lograba la expansión de la libertad en al mundo, sino que acababa con el despotismo en ambos lados del Atlántico. La argumentación se inscribía en la interpretación que los liberales españoles hacían de la Historia de España. América hizo posible el despotismo en España porque gracias a su oro y plata “los reyes se hicieron independientes de la nación”, prescindieron de la reunión e Cortes, esa “égida de la libertad española”, que exigía “la reparación de abusos antes de conocer subsidios” y la oprimieron y arruinaron con aduanas y monopolios. “Abandonamos la riqueza en pos del oro... pero el oro es inútil sin libertad” dirá Mina. Toda una declaración de liberalismo económico. Con la emancipación americana el rey ya no podrá ser independiente de la nación, la necesitará económicamente y se verá forzado a convocar Cortes. La emancipación americana provocaría, en suma, la quiebra financiera de la monarquía absoluta y el triunfo de la libertad.
No, Xavier Mina no fue un “padre de la patria” tal y como la historiografía nacionalista de México lo ha presentado, ni por lo mismo un traidor a la suya, merecedor del desprecio o el silencio con los que ha sido tratado por la historiografía nacionalista española. Fue ante todo un liberal de su tiempo. Y si es cierto que el libre comercio obedecía a intereses comerciales concretos, ingleses y norteamericanos, también criollos, no dejaba de inscribirse en lo mejor del cosmopolitismo ilustrado, así Kant que confiaba al nuevo espirita comercial no solo la prosperidad, sino la universalización y pacificación del mundo. Era la carga utópica del sueño de as Luces, que no podía saber del nuevo colonialismo que estaba naciendo.
Fue el libre comercio, incompatible con el sistema colonial basado en el monopolio, el motor que puso en marcha la emancipación americana. No se luchaba por la independencia política sino por la libertad económica. No se pensaba en nuevas fronteras, sino en derribar económicamente a las existentes. Tampoco en el caso de las rebeldías populares indígenas que reclamaban mejorar su suerte y librarse de nuevas servidumbres. Por eso también es difícil de admitir que Mina fuese un agente británico a sueldo. Creía en lo que hacía y sus ideas eran compartidas con buena parte de los liberales españoles. No ciertamente por los comerciantes de Cádiz que se aferraban al monopolio.
Pero tampoco pienso que Mina fuera el liberal radical que Ortuño cree ver en él. No fue un jacobino que entendió los derechos del hombre y del ciudadano como el contenido concreto de la libertad. Ni lo era Lahorie, ni mucho menos el círculo de Holland House, ni siquiera Flórez Estrada, el intelectual que según parece más debió de influir en Mina. El iusnaturalismo revolucionario francés, con toda su carga de individualismo, igualitarismo y voluntarismo político, había puesto de manifiesto su peligrosidad en la experiencia democrática de 1793. La voluntad política de los más no era la mejor manera de garantizar la propiedad de los menos. El liberalismo posterior, también en Francia, revisaba los principios de 1789 y volvía los ojos a esa Inglaterra que había sabido armonizar economía comercial con sociedad aristocrática y monarquía parlamentaria. Aunque Mina hable de derechos, se limita al muy sagrado de propiedad y a la seguridad jurídica. También, evidentemente, al derecho de la nación a la felicidad.
En cualquier caso, sería oportuno revisar la historia intelectual de nuestro liberalismo precisando en cada momento histórico el contenido concreto de conceptos tales como la libertad, la igualdad, derechos, democracia, nación, patria, etc., evitando analizar una época con conceptos propios de otra. A cada época hay que entenderla con sus propias categorías. Y juzgarla en relación con los valores que estaban en juego en aquel momento. En la encrucijada histórica que a Mina le tocó vivir era la libertad económica la que absorbía las más de las energías progresistas y estaba poniendo los cimientos a la modernidad no sólo de España sino del mundo.
Esto último invita a una reflexión final sobre nuestra historiografía local navarra. A pesar de que ya “somos europeos” y de que nunca como hasta ahora el mundo se ha universalizado más en los hechos, el Estado de las autonomías que vivimos sigue invitando a afirmar nuestras diferencias. Todo un riesgo en una tierra que junto con Vascongadas ha sido un reducto de inercia contrarreformista, que todavía está dando sus últimos coletazos. Conviene recordar que mientras los primeros liberales impulsaban las transformaciones económicas que hicieron posible la prosperidad, nuestros primeros carlistas se resistían a ellas. Como se resistieron más tarde al reconocimiento de los derechos del hombre, que uno de los suyos, el canónigo Manterola, por laicos, llamó “los derechos del mono”. Pero también que mientras Giner de los Ríos descubría a los españoles la libertad de conciencia, “euskaros” y “napartanos” pensaban en cerrar un territorio que la hiciese imposible. Unos y otros tan antiliberales como integristas. No podemos cambiar nuestra propia historia, pero debemos asumirla críticamente. Y no buscando las diferencias que afirman y distinguen, sino descubriendo la contribución al progreso común, que une a todos. Sólo así la historia local tendrá sentido universal y su conocimiento contribuirá a la formación de conciencias críticas, libres y responsables.
A pesar de la encomiable tarea de mi amigo y colega Ángel García Sanz, todavía seguimos sabiendo poco de los que bien podríamos llamar heterodoxos navarros. De aquellos primeros liberales que luchaban por la prosperidad, y de los que más tarde defendieron su justa distribución. Pero también de los que contra viento y marea defendieron la libertad de conciencia y de pensamiento, la tolerancia, los derechos del hombre en su más amplia extensión; de todos aquellos que en la encrucijada histórica que les tocó vivir supieron hacer suyos los valores que impulsaban el progreso material y moral. Esta obra que el lector tiene entre sus manos bien puede servir de aliciente. Si como gustaba decir el profesor Tuñón de Lara, “el pasado es esa dimensión oscura que la historia va haciendo comprensible”, con este “Xavier Mina, guerrillero, liberal, insurgente” de Manuel Ortuño nuestro pasado liberal ha dejado de ser algo menos oscuro y más comprensible.

arriba

 

 

 

 

 

 

PURESOC: Escríbenos
|Universidad Pública de Navarra||Departamento de Sociología||Departamento de Trabajo Social|