Link a Pagina Inicial      
 
Catálogo de Publicaciones de la Universidad Pública de Navarra


Juan Manuel Iranzo Amatriaín
José Rubén Blanco Merlo

Sociología del conocimiento científico
ISBN: 84-7476-271-5
438 págs.; 15 x 21 cms.; Madrid, 1999.
14,42 euros
Coedición con el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS)

Presentación
Índice
Prólogo

Presentación: "Sociología del conocimiento científico"

Hasta fechas recientes, el estudio y análisis del conocimiento científico ha estado en manos de los filósofos de la ciencia. A este monopolio analítico ha contribuido, sin lugar a dudas, el hecho de que el conocimiento científico haya gozado de un status especial entre los precursores de la sociología. De hecho, esta concepción de la ciencia aún se mantiene entre muchos investigadores sociales, a saber, como la forma de conocimiento más objetiva y racional existente. En último extremo, de acuerdo con esta imagen de la ciencia se ha erigido el referente mítico del científico como observador neutral que emplea un método que tiene el potencial suficiente para dar cuenta del mundo, ya sea neutral y/o social.

Esta situación comenzó a cambiar durante los años setenta, justo cuando diversos investigadores sociales concentraron sus esfuerzos en romper con las restricciones analíticas existentes en torno a la ciencia. El Programa Fuerte de la Sociología del Conocimiento encabezado por David Bloor y Barry Barnes supone el punto de partida para comprender el conocimiento científico de acuerdo con un desarrollo radical en la sociología del conocimiento, fundamentado en la necesidad de poner de manifiesto el carácter constitutivamente social, convencionalista y relativista del conocimiento científico. Esta es la empresa que afronta la sociología del conocimiento científico, cuya constitución, desarrollo y logos se narran en este trabajo.

JUAN MANUEL IRANZO AMATRIAÍN es Doctor en Sociología y Profesor de la Universidad Pública de Navarra. En diferentes artículos ha estudiado, desde la perspectiva del conocimiento científico, las relaciones recíprocas entre ecologismo, ciencia y religión. Es coeditor del libro Sociología de la ciencia y la tecnología (C.S.I.C., 1995).

RUBÉN BLANCO MERLO es Doctor en Sociología y Profesor de la Universidad Pública de Navarra. Es autor de diferentes trabajos sobre sociología de la ciencia y la tecnología entre los que destacan la coedición del libro Sociología de la ciencia y la tecnología(C.S.I.C., 1995).


arriba

 

Índice: “Imaginación y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura”


Índice: "Sociología del conocimiento científico"

Prólogo 11

Introducción 17

1. La gran tradición: Filosofía del Conocimiento y de la Ciencia 33
La Revolución Científica y la filosofía de la Ilustración 37
El positivismo de los científicos 41
El ascenso de la filosofía analítica 46
El Círculo de Viena 51
El falsacionismo de Popper 58

2. El ascenso de la tradición ancilar: La Historia de la Ciencia 65
Las bases filosóficas de la historiografía de Kuhn 67
La discusión del "paradigma" kuhniano 73

3. Hibridación de tradiciones: La Filosofía Histórica de la Ciencia 83
El radicalismo cultural de Feyerabend 83
Lakatos y la evaluación de programas de investigación 89
De la objetividad a la evolución adaptativa 102

4. El convidado de piedra: Sociología del Conocimiento y de la Ciencia 111
Robert K. Merton y la Sociología de la Ciencia 115
Algunas críticas al paradigma normativo mertoniano 121
La ciencia como conocimiento público inter-subjetivo 127
La "revolución" cognitiva en la sociología de la ciencia 135
La coexistencia de las sociologías normativa y cognitiva de
la ciencia 140

5. De cabeza de puente a Caballo de Troya: El debate sobre la racionalidad en la Antropología 143
Mentalidad primitiva y pensamiento moderno 146
Racionalidad universal, ciencia y creencias sociales 157

6. El origen: La Science Studies Unite de Edimburgo 165
Barry Barnes, hacia una teoría social de la génesis del conocimiento 169
David Bloor, el conocimiento como una institución social 176
De la sociología del conocimiento a la teoría social: Bloor y
Barnes más allá del Programa Fuerte 190

7. El Programa Fuerte y la reinterpretación de la tradición heredada 195
Naturalismo y realismo residual 196
Inductivismo y finitismo 200
Relativismo y racionalidad natural 212
Instrumentalismo sociológico y explicatividad 216

8. La Formulación Programática del Programa Fuerte 223
Causalidad 224
Imparcialidad 228
Simetría 230
Reflexividad 232
La Teoría de Intereses del Programa Fuerte 238

9. Controversias en torno al Programa Fuerte 253
El Programa Fuerte y los mertonianos 256
Racionalidad y relativismo: el Programa Fuerte vs. los filósofos de la ciencia 261
Racionalidad y relativismo: el Programa Fuerte vs. los teóricos sociales 269
Realismo ingenuo vs. realismo escéptico 280
Realismo ingenuo vs. realismo pragmático 283
Inteligencia Artificial, Ciencia Cognitiva y Programa Fuerte 289
La disolución del debate filosófico sobre el Programa Fuerte 290

10. Los Estudios Empíricos del Programa Fuerte 295
La sociología de las matemáticas 295
La sociología de las ciencias naturales 302
Los usos sociales de la naturaleza 312
La Sociología Histórica del Conocimiento Científico 316

11. La Expansión de los Estudios Sociales de la Ciencia 325
Los Estudios Etnográficos de Laboratorio (I): La investigación como producción de textos 326
Los Estudios Etnográficos de Laboratorio (II): La investigación como articulación de contingencias 335
El Programa Empírico del Relativismo 345
La Teoría de la Traducción y el Enfoque Actor-Red 357
Los Estudios Sociales de la Tecnología 372

12. Consideraciones finales 385

Bibliografía 393

 

arriba

 

Prólogo: "Sociología del conocimiento científico"

Epor Miguel Beltrán
Universidad Autónoma de Madrid

Los autores del libro que el lector tiene en sus manos, Juan Manuel Iranzo y Rubén Blanco, formaron parte hace años del pequeño grupo de estudiosos de la sociología de la ciencia y la tecnología reunido entorno al recordado Esteban Medina. Hoy son jóvenes profesores de Sociología en la Universidad Pública de Navarra, que han reescrito y articulado como libro conjunto sobre el “programa fuerte” de la sociología del conocimiento sus respectivas y complementarias tesis doctorales. En mi opinión, los capítulos que siguen a este prólogo muestran sin género de duda que los autores gozan de una envidiable madurez y escriben libros que había que escribir.

Porque, en efecto, este libro es estrictamente necesario. Si se me permite remitirme al prólogo que hace cinco años preparé para el libro de Cristóbal Torres (otro discípulo de Medina, hoy en la Universidad Autónoma de Madrid), señalaba en él que en nuestro país seguimos considerando no sólo recientes, sino algo así como un atrevido último grito, las tesis del “programa fuerte”, siendo así que ¡pronto cumplirán treinta años! He aquí por que era necesario el libro de Iranzo y Blanco: como consumación de la (tardía) recepción en España de la escuela de la sociología del conocimiento científico construida en Edimburgo. Claro está que el “programa fuerte” ya había sido previamente objeto entre nosotros de consideración pública en varias ocasiones: la primera, si no recuerdo mal, en un importante artículo de Teresa González de la Fe y Jesús Sánchez Navarro de 1988, y la última, salvo error u omisión por mi parte, en la tesis doctoral de Ángel Manuel Molina, leída en 1997 y aún inexplicablemente inédita.
Pues bien, a lo largo de los diez años delimitados por el artículo y la tesis que he mencionado, no se ha publicado más de media docena de aportaciones, todas ellas valiosas y algunas sumamente útiles, como es el caso del capítulo escrito por Torres en el libro de 1994 del que es autor junto a Iranzo, Blanco, González, Torres y Cotillo-Pereira. En resumen, creo que se dan las condiciones para pensar que la recepción del “programa fuerte” de la sociología del conocimiento es ya un hecho.

Habrá quien piense que maldita la falta que hacía tal recepción porque crea que el “programa fuerte” tribaliza y relativiza caprichosamente el conocimiento científico, además de negarle un estatuto epistemológico propio y privilegiado, diferente al de las creencias. Para quienes comparten esta opinión, el “programa fuerte” no pasa de ser una de más de las tropelías postmodernas cometidas contra la ciencia, por lo que toda atención que se le preste está fuera de lugar. Pues bien, no será necesario que manifieste mi radical desacuerdo con esta posición: Estoy convencido, por el contrario, de que el “programa fuerte” constituye uno de los logros más destacables de la sociología del conocimiento científico a finales del siglo XX. Intentaré decir con pocas palabras (y me temo que incurriendo en muchas simplezas) por qué lo creo así, pero sin anticipar en el prólogo lo que corresponde a los autores ofrecer en el cuerpo del libro.

Es notorio que el “programa fuerte” no pretende aportar criterio epistemológico alguno para la fijación de una línea de demarcación entre el conocimiento verdadero y el falso, sino que lo que aporta es una constatación sociológica: la de que es la comunidad científica quien determina convencionalmente en cada caso que es lo que se tiene por conocimiento verdadero, y decide que teoría, proposición o hipótesis debe caer a un lado o a otro (el bueno o el malo)de la línea. La determinación de la verdad o falsedad del conocimiento es empresa completamente ajena a la sociología del conocimiento científico, lo que no es cosa de ahora, sino de los tiempos de la Wissenssociologie (aunque quizás Merton no supo verlo así y entendió que la sociología del conocimiento europea trataba de establecer criterios de verdad, cuando no hacía otra cosa que insistir en el carácter social, esto es, convencional, de tales criterios). He repetido varias veces que Mannheim, como personaje más visible de esa tradición intelectual, nunca pretendió construir una “teoría sociológica del conocimiento” que tuviera la intención de suplantar a la epistemología, sino una sociología del conocimiento de inevitables consecuencias epistemológicas.

Desde el “programa fuerte” se nos recuerda una y otra vez que el logro del conocimiento científico es una empresa humana: ¿cómo podría no servirlo? Y es también por ello, como salta a la vista, una actividad social, cuyos hallazgos (y me estoy refiriendo al contenido de los mismos) se consideran científicos, o verdaderos, sólo en virtud del consenso que los respalda. Quiero dejar claro que no estoy diciendo que el fundamento epistémico del conocimiento científico sea el consenso social, pues lo es la observación, junto con la experimentación y las demás herramientas clásicas de la metodología científica. Lo que no está en contradicción con que el sujeto responsable de que se considere a algo conocimiento científico en un momento dado sea la comunidad profesional de cada una de as ciencias particulares. Es en este sentido no epistémico, sino sociológico, en el que se impone considerar a la ciencia como una actividad social, y al conocimiento científico en sentido estricto como un producto social consensuado por los científicos. Lo que no implica, ni mucho menos, ceder a la irracionalidad o caer en el riesgo de aceptar proposiciones arbitrarias, sino liberarnos por fin de la imagen que a presidido durante muchos años el estatuto del conocimiento científico: una imagen infantil y sagrada. Y repito aquí una afirmación que he hecho ya otras veces: nada de esto lleva a la conclusión escéptica de que no sea posible el conocimiento, o a la de que éste tenga la misma consideración que las creencias. Rechazar el privilegio epistemológico tradicionalmente atribuido al conocimiento científico no lleva a negar su condición de conocimiento, por más visional y conjetural que haya que ser.

Por último, me atreveré con un fugaz comentario (que sé muy superficial) sobre la disputata questio del relativismo, cuestión que tiene que ver no solo con el “programa fuerte”, sino con otras corrientes de la sociología del conocimiento científico. Se trata, desde luego, de que sólo es posible percibir o interpretar la realidad desde posiciones y contextos determinados; pero además, no hay criterio alguno que establezca de manera indiscutible la verdad o falsedad de ninguna proposición, ya que ni siquiera puede apelarse a la evidencia empírica disponible, pues esta puede amparar varias hipótesis teóricas o alternativas teóricas diferentes. Tal como ya lo veo, desde la posición relativista no se sostiene que puedan existir varias verdades a cerca de un mismo fenómeno capaces de escapar a la rigidez del principio de contradicción, sino que la verdad alcanzada ostenta tan sólo una validez local. Ni tampoco se rechaza que la evidencia de sentido común juegue el papel que le corresponde en la vida cotidiana (recuérdese que si “el gato está en la alfombra” lo está incluso para Rorty): pero esa forma de evidencia nada tiene que hacer en la muy problemática tarea de establecer qué sea y qué no sea conocimiento científico. Si se me permite expresarlo en términos de andar por casa, lo que el relativismo permite –o más bien exige– es constatar los límites de lo que sabemos a cerca del mundo. Y aunque eso que sabemos no lo sepamos con seguridad absoluta (ya que no hay una correspondencia inequívoca entre realidad y conocimiento), es claro que se trata de conocimiento válido y establecido como el consenso de la comunidad de científicos profesionales lo decida. Pero volvamos al libro que estas páginas prologan.

Buscando deliberadamente el paralelismo con el giro lingüístico de la filosofía, el hilo argumental señala que el "programa fuerte" lleva a cabo, o forma parte de, un giro social en la sociología del cono cimiento científico. Si entiendo bien a los autores, lo que quieren decir es que con anterioridad a tal "programa" la sociología de la ciencia no se ocupaba del conocimiento científico en sentido estricto (esto, es, de sus contenidos), y sí lo hace tras su aparición. Así es como me parece que puede hablarse de ese giro social al que se refieren Iranzo y Blanco: Lo que previamente no era objeto de conocimiento para la sociología (limitada, more mertoniano, a considerar sólo la estructura social de la ciencia, el rol del científico y cosas semejantes, todas ellas, por supuesto, relevantes y del mayor interés), pasa a serlo gracias a los pasos dados por la Escuela de Edimburgo. Se trata, en palabras de Medina, de la pérdida de respeto de la sociología al "terreno prohibido" del conocimiento científico como tal. Sin duda, no todo el mundo considerará razonable tal extensión, pues ¿qué puede decir la sociología de lo que la ciencia dice sobre el mundo? Nada, en opinión de quienes rechazan esta intromisión, ya que el conocimiento científico es la Verdad objetiva, absoluta, que está ahí y solo requiere ser des-cubierta. Mucho, según los partidarios del "programa fuerte", pues los contenidos de la ciencia sólo pueden ser considerados como una verdad insegura y refutable, lograda en una situación llena de interferencias sociales ajenas a la ciencia, así como de intereses de todo tipo, materiales y cognitivos. Con lo que hay que celebrar la desaparición del viejo tabú que venía a considerar el texto de la ciencia como sagrado, y la actividad investigadora como prometeica, empeñada en robar el fuego a los dioses: se trataría ahora de un texto secular, aunque de muy otra índole que la literatura de ficción, ya que en él no se finge nada, sino que se pretende describir y explicar cómo es el mundo (con mejor o peor fortuna, desde luego).

Pero no estoy diciendo que sea oro todo lo que reluce en el "programa fuerte", aunque no me corresponde entrar ahora a ese capote: dejemos pues, el tema para otra vez. El lector encontrará sin duda suficiente circunspección al respecto en el libro de Iranzo y Blanco que se apresta a leer. Por mi parte, no quisiera dejar de insistir en que me desasosiega la evidencia de que el conocimiento científico-natural ha llegado a un punto de esoterismo que nos hace legos a todos, y nos impide penetrar en la extrema complejidad de casi todo lo que se sabe: ¿Cómo van a trabajar sobre los contenidos de la ciencia uno sociólogos del conocimiento que en su relación con el texto científico no pueden ir, en el mejor de los casos, más allá de la alta divulgación? Pero, aun con las limitaciones que sea razonable imputarle, el "programa fuerte" ha sido en mi opinión decisivo para abrir los estrechos horizontes que hacia 1970 aquejaban a la sociología del conocimiento, que no había sido capaz de reaccionar ante lo que estaba sucediendo en la historia y en la filosofía de la ciencia, especialmente a partir de la revolución kuhniana de 1962.

Dicha apertura no sólo recuperó el interés que la clásica Wissenssoziologie manifestaba (con cierta timidez, todo hay que decirlo) por el conocimiento científico, sino que fue más allá: ha abierto la "caja negra" de las condiciones en que se crea< el conocimiento (según lo que el "programa fuerte" llama principio de causalidad), se ocupa tanto del conocimiento que se supone verdadero como del falso (según el principio de imparcialidad), y sin excluir de todo ello a la propia sociología (de acuerdo con el principio de reflexividad). Creo que basta recordar los famosos cuatro principios metodológicos para que se califique de fuerte al "programa fuerte" de la sociología del conocimiento.

El lector del libro de Iranzo y Blanco verá que en el empeño de dar cuenta del que llaman "giro social" de la teoría de la ciencia no son ingenuamente complacientes con el "programa fuerte", aunque desde luego lo son mucho menos con la denominada "concepción heredada" de la ciencia: me refiero a la Putnam llamó the received view, esto es, la del empirismo o el positivismo lógico, considerada durante años como la filosofía canónica de la ciencia. La perspectiva de este libro, no hay que insistir en ello, se sitúa en la era postpositivista que se abre en la segunda mitad de este siglo, y en la que tiene lugar el surgimiento de la sociología del conocimiento científico cuya responsabilidad corresponde en una parte importante a la Science Studies Unite de la Universidad de Edimburgo. En definitiva, y como dicen los autores en la Introducción, lo que se proponen con su libro es "mostrar la influencia de la visión recibida e incluir los procesos sociales como constitutivos de la producción de conocimiento", sin olvidar, conviene añadir, los factores estrictamente cognitivos.

Iranzo y Blanco ofrecen en las páginas que siguen una reflexión sumamente articulada y brillante de la sociología del conocimiento científico, cuya lectura será sin duda provechosa. También será, me parece, una fuente permanente de incomodidad intelectual, al hacer al lector no sólo un poco más sabio, sino mucho menos ingenuo. ¿Puede pedirse más?


arriba

 

 

 

 

 

 

 

PURESOC: Escríbenos
|Universidad Pública de Navarra||Departamento de Sociología||Departamento de Trabajo Social|