Hasta fechas recientes, el estudio
y análisis del conocimiento científico ha estado
en manos de los filósofos de la ciencia. A este monopolio
analítico ha contribuido, sin lugar a dudas, el hecho de
que el conocimiento científico haya gozado de un status
especial entre los precursores de la sociología. De hecho,
esta concepción de la ciencia aún se mantiene entre
muchos investigadores sociales, a saber, como la forma de conocimiento
más objetiva y racional existente. En último extremo,
de acuerdo con esta imagen de la ciencia se ha erigido el referente
mítico del científico como observador neutral que
emplea un método que tiene el potencial suficiente para
dar cuenta del mundo, ya sea neutral y/o social.
Esta situación comenzó
a cambiar durante los años setenta, justo cuando diversos
investigadores sociales concentraron sus esfuerzos en romper con
las restricciones analíticas existentes en torno a la ciencia.
El Programa Fuerte de la Sociología del Conocimiento encabezado
por David Bloor y Barry Barnes supone el punto de partida para
comprender el conocimiento científico de acuerdo con un
desarrollo radical en la sociología del conocimiento, fundamentado
en la necesidad de poner de manifiesto el carácter constitutivamente
social, convencionalista y relativista del conocimiento científico.
Esta es la empresa que afronta la sociología del conocimiento
científico, cuya constitución, desarrollo y logos
se narran en este trabajo.
JUAN MANUEL IRANZO AMATRIAÍN
es Doctor en Sociología y Profesor de la Universidad Pública
de Navarra. En diferentes artículos ha estudiado, desde
la perspectiva del conocimiento científico, las relaciones
recíprocas entre ecologismo, ciencia y religión.
Es coeditor del libro Sociología de la ciencia y la tecnología
(C.S.I.C., 1995).
RUBÉN BLANCO MERLO
es Doctor en Sociología y Profesor de la Universidad Pública
de Navarra. Es autor de diferentes trabajos sobre sociología
de la ciencia y la tecnología entre los que destacan la
coedición del libro Sociología de la ciencia y la
tecnología(C.S.I.C., 1995).
Índice: “Imaginación
y sociedad: una hermenéutica creativa de la cultura”
Índice: "Sociología del conocimiento científico"
Prólogo 11
Introducción 17
1. La gran tradición: Filosofía
del Conocimiento y de la Ciencia 33
La Revolución Científica y la filosofía de
la Ilustración 37
El positivismo de los científicos 41
El ascenso de la filosofía analítica 46
El Círculo de Viena 51
El falsacionismo de Popper 58
2. El ascenso de la tradición ancilar:
La Historia de la Ciencia 65
Las bases filosóficas de la historiografía de Kuhn
67
La discusión del "paradigma" kuhniano 73
3. Hibridación de tradiciones: La Filosofía
Histórica de la Ciencia 83
El radicalismo cultural de Feyerabend 83
Lakatos y la evaluación de programas de investigación
89
De la objetividad a la evolución adaptativa 102
4. El convidado de piedra: Sociología del Conocimiento
y de la Ciencia 111
Robert K. Merton y la Sociología de la Ciencia 115
Algunas críticas al paradigma normativo mertoniano 121
La ciencia como conocimiento público inter-subjetivo 127
La "revolución" cognitiva en la sociología
de la ciencia 135
La coexistencia de las sociologías normativa y cognitiva
de
la ciencia 140
5. De cabeza de puente a Caballo de Troya: El
debate sobre la racionalidad en la Antropología 143
Mentalidad primitiva y pensamiento moderno 146
Racionalidad universal, ciencia y creencias sociales 157
6. El origen: La Science Studies Unite de Edimburgo
165
Barry Barnes, hacia una teoría social de la génesis
del conocimiento 169
David Bloor, el conocimiento como una institución social
176
De la sociología del conocimiento a la teoría social:
Bloor y
Barnes más allá del Programa Fuerte 190
7. El Programa Fuerte y la reinterpretación
de la tradición heredada 195
Naturalismo y realismo residual 196
Inductivismo y finitismo 200
Relativismo y racionalidad natural 212
Instrumentalismo sociológico y explicatividad 216
8. La Formulación Programática del
Programa Fuerte 223
Causalidad 224
Imparcialidad 228
Simetría 230
Reflexividad 232
La Teoría de Intereses del Programa Fuerte 238
9. Controversias en torno al Programa Fuerte 253
El Programa Fuerte y los mertonianos 256
Racionalidad y relativismo: el Programa Fuerte vs. los filósofos
de la ciencia 261
Racionalidad y relativismo: el Programa Fuerte vs. los teóricos
sociales 269
Realismo ingenuo vs. realismo escéptico 280
Realismo ingenuo vs. realismo pragmático 283
Inteligencia Artificial, Ciencia Cognitiva y Programa Fuerte 289
La disolución del debate filosófico sobre el Programa
Fuerte 290
10. Los Estudios Empíricos del Programa
Fuerte 295
La sociología de las matemáticas 295
La sociología de las ciencias naturales 302
Los usos sociales de la naturaleza 312
La Sociología Histórica del Conocimiento Científico
316
11. La Expansión de los Estudios Sociales
de la Ciencia 325
Los Estudios Etnográficos de Laboratorio (I): La investigación
como producción de textos 326
Los Estudios Etnográficos de Laboratorio (II): La investigación
como articulación de contingencias 335
El Programa Empírico del Relativismo 345
La Teoría de la Traducción y el Enfoque Actor-Red
357
Los Estudios Sociales de la Tecnología 372
12. Consideraciones finales 385
Bibliografía 393
Epor Miguel Beltrán
Universidad Autónoma de Madrid
Los autores del libro que el lector
tiene en sus manos, Juan Manuel Iranzo y Rubén Blanco,
formaron parte hace años del pequeño grupo de estudiosos
de la sociología de la ciencia y la tecnología reunido
entorno al recordado Esteban Medina. Hoy son jóvenes profesores
de Sociología en la Universidad Pública de Navarra,
que han reescrito y articulado como libro conjunto sobre el “programa
fuerte” de la sociología del conocimiento sus respectivas
y complementarias tesis doctorales. En mi opinión, los
capítulos que siguen a este prólogo muestran sin
género de duda que los autores gozan de una envidiable
madurez y escriben libros que había que escribir.
Porque, en efecto, este libro es estrictamente
necesario. Si se me permite remitirme al prólogo que hace
cinco años preparé para el libro de Cristóbal
Torres (otro discípulo de Medina, hoy en la Universidad
Autónoma de Madrid), señalaba en él que en
nuestro país seguimos considerando no sólo recientes,
sino algo así como un atrevido último grito, las
tesis del “programa fuerte”, siendo así que
¡pronto cumplirán treinta años! He aquí
por que era necesario el libro de Iranzo y Blanco: como consumación
de la (tardía) recepción en España de la
escuela de la sociología del conocimiento científico
construida en Edimburgo. Claro está que el “programa
fuerte” ya había sido previamente objeto entre nosotros
de consideración pública en varias ocasiones: la
primera, si no recuerdo mal, en un importante artículo
de Teresa González de la Fe y Jesús Sánchez
Navarro de 1988, y la última, salvo error u omisión
por mi parte, en la tesis doctoral de Ángel Manuel Molina,
leída en 1997 y aún inexplicablemente inédita.
Pues bien, a lo largo de los diez años delimitados por
el artículo y la tesis que he mencionado, no se ha publicado
más de media docena de aportaciones, todas ellas valiosas
y algunas sumamente útiles, como es el caso del capítulo
escrito por Torres en el libro de 1994 del que es autor junto
a Iranzo, Blanco, González, Torres y Cotillo-Pereira. En
resumen, creo que se dan las condiciones para pensar que la recepción
del “programa fuerte” de la sociología del
conocimiento es ya un hecho.
Habrá quien piense que maldita la falta
que hacía tal recepción porque crea que el “programa
fuerte” tribaliza y relativiza caprichosamente el conocimiento
científico, además de negarle un estatuto epistemológico
propio y privilegiado, diferente al de las creencias. Para quienes
comparten esta opinión, el “programa fuerte”
no pasa de ser una de más de las tropelías postmodernas
cometidas contra la ciencia, por lo que toda atención que
se le preste está fuera de lugar. Pues bien, no será
necesario que manifieste mi radical desacuerdo con esta posición:
Estoy convencido, por el contrario, de que el “programa
fuerte” constituye uno de los logros más destacables
de la sociología del conocimiento científico a finales
del siglo XX. Intentaré decir con pocas palabras (y me
temo que incurriendo en muchas simplezas) por qué lo creo
así, pero sin anticipar en el prólogo lo que corresponde
a los autores ofrecer en el cuerpo del libro.
Es notorio que el “programa fuerte”
no pretende aportar criterio epistemológico alguno para
la fijación de una línea de demarcación entre
el conocimiento verdadero y el falso, sino que lo que aporta es
una constatación sociológica: la de que es la comunidad
científica quien determina convencionalmente en cada caso
que es lo que se tiene por conocimiento verdadero, y decide que
teoría, proposición o hipótesis debe caer
a un lado o a otro (el bueno o el malo)de la línea. La
determinación de la verdad o falsedad del conocimiento
es empresa completamente ajena a la sociología del conocimiento
científico, lo que no es cosa de ahora, sino de los tiempos
de la Wissenssociologie (aunque quizás Merton no supo verlo
así y entendió que la sociología del conocimiento
europea trataba de establecer criterios de verdad, cuando no hacía
otra cosa que insistir en el carácter social, esto es,
convencional, de tales criterios). He repetido varias veces que
Mannheim, como personaje más visible de esa tradición
intelectual, nunca pretendió construir una “teoría
sociológica del conocimiento” que tuviera la intención
de suplantar a la epistemología, sino una sociología
del conocimiento de inevitables consecuencias epistemológicas.
Desde el “programa fuerte” se nos
recuerda una y otra vez que el logro del conocimiento científico
es una empresa humana: ¿cómo podría no servirlo?
Y es también por ello, como salta a la vista, una actividad
social, cuyos hallazgos (y me estoy refiriendo al contenido de
los mismos) se consideran científicos, o verdaderos, sólo
en virtud del consenso que los respalda. Quiero dejar claro que
no estoy diciendo que el fundamento epistémico del conocimiento
científico sea el consenso social, pues lo es la observación,
junto con la experimentación y las demás herramientas
clásicas de la metodología científica. Lo
que no está en contradicción con que el sujeto responsable
de que se considere a algo conocimiento científico en un
momento dado sea la comunidad profesional de cada una de as ciencias
particulares. Es en este sentido no epistémico, sino sociológico,
en el que se impone considerar a la ciencia como una actividad
social, y al conocimiento científico en sentido estricto
como un producto social consensuado por los científicos.
Lo que no implica, ni mucho menos, ceder a la irracionalidad o
caer en el riesgo de aceptar proposiciones arbitrarias, sino liberarnos
por fin de la imagen que a presidido durante muchos años
el estatuto del conocimiento científico: una imagen infantil
y sagrada. Y repito aquí una afirmación que he hecho
ya otras veces: nada de esto lleva a la conclusión escéptica
de que no sea posible el conocimiento, o a la de que éste
tenga la misma consideración que las creencias. Rechazar
el privilegio epistemológico tradicionalmente atribuido
al conocimiento científico no lleva a negar su condición
de conocimiento, por más visional y conjetural que haya
que ser.
Por último, me atreveré con un fugaz
comentario (que sé muy superficial) sobre la disputata
questio del relativismo, cuestión que tiene que ver no
solo con el “programa fuerte”, sino con otras corrientes
de la sociología del conocimiento científico. Se
trata, desde luego, de que sólo es posible percibir o interpretar
la realidad desde posiciones y contextos determinados; pero además,
no hay criterio alguno que establezca de manera indiscutible la
verdad o falsedad de ninguna proposición, ya que ni siquiera
puede apelarse a la evidencia empírica disponible, pues
esta puede amparar varias hipótesis teóricas o alternativas
teóricas diferentes. Tal como ya lo veo, desde la posición
relativista no se sostiene que puedan existir varias verdades
a cerca de un mismo fenómeno capaces de escapar a la rigidez
del principio de contradicción, sino que la verdad alcanzada
ostenta tan sólo una validez local. Ni tampoco se rechaza
que la evidencia de sentido común juegue el papel que le
corresponde en la vida cotidiana (recuérdese que si “el
gato está en la alfombra” lo está incluso
para Rorty): pero esa forma de evidencia nada tiene que hacer
en la muy problemática tarea de establecer qué sea
y qué no sea conocimiento científico. Si se me permite
expresarlo en términos de andar por casa, lo que el relativismo
permite –o más bien exige– es constatar los
límites de lo que sabemos a cerca del mundo. Y aunque eso
que sabemos no lo sepamos con seguridad absoluta (ya que no hay
una correspondencia inequívoca entre realidad y conocimiento),
es claro que se trata de conocimiento válido y establecido
como el consenso de la comunidad de científicos profesionales
lo decida. Pero volvamos al libro que estas páginas prologan.
Buscando deliberadamente el paralelismo con el
giro lingüístico de la filosofía, el hilo argumental
señala que el "programa fuerte" lleva a cabo,
o forma parte de, un giro social en la sociología del cono
cimiento científico. Si entiendo bien a los autores, lo
que quieren decir es que con anterioridad a tal "programa"
la sociología de la ciencia no se ocupaba del conocimiento
científico en sentido estricto (esto, es, de sus contenidos),
y sí lo hace tras su aparición. Así es como
me parece que puede hablarse de ese giro social al que se refieren
Iranzo y Blanco: Lo que previamente no era objeto de conocimiento
para la sociología (limitada, more mertoniano, a considerar
sólo la estructura social de la ciencia, el rol del científico
y cosas semejantes, todas ellas, por supuesto, relevantes y del
mayor interés), pasa a serlo gracias a los pasos dados
por la Escuela de Edimburgo. Se trata, en palabras de Medina,
de la pérdida de respeto de la sociología al "terreno
prohibido" del conocimiento científico como tal. Sin
duda, no todo el mundo considerará razonable tal extensión,
pues ¿qué puede decir la sociología de lo
que la ciencia dice sobre el mundo? Nada, en opinión de
quienes rechazan esta intromisión, ya que el conocimiento
científico es la Verdad objetiva, absoluta, que está
ahí y solo requiere ser des-cubierta. Mucho, según
los partidarios del "programa fuerte", pues los contenidos
de la ciencia sólo pueden ser considerados como una verdad
insegura y refutable, lograda en una situación llena de
interferencias sociales ajenas a la ciencia, así como de
intereses de todo tipo, materiales y cognitivos. Con lo que hay
que celebrar la desaparición del viejo tabú que
venía a considerar el texto de la ciencia como sagrado,
y la actividad investigadora como prometeica, empeñada
en robar el fuego a los dioses: se trataría ahora de un
texto secular, aunque de muy otra índole que la literatura
de ficción, ya que en él no se finge nada, sino
que se pretende describir y explicar cómo es el mundo (con
mejor o peor fortuna, desde luego).
Pero no estoy diciendo que sea oro todo lo que
reluce en el "programa fuerte", aunque no me corresponde
entrar ahora a ese capote: dejemos pues, el tema para otra vez.
El lector encontrará sin duda suficiente circunspección
al respecto en el libro de Iranzo y Blanco que se apresta a leer.
Por mi parte, no quisiera dejar de insistir en que me desasosiega
la evidencia de que el conocimiento científico-natural
ha llegado a un punto de esoterismo que nos hace legos a todos,
y nos impide penetrar en la extrema complejidad de casi todo lo
que se sabe: ¿Cómo van a trabajar sobre los contenidos
de la ciencia uno sociólogos del conocimiento que en su
relación con el texto científico no pueden ir, en
el mejor de los casos, más allá de la alta divulgación?
Pero, aun con las limitaciones que sea razonable imputarle, el
"programa fuerte" ha sido en mi opinión decisivo
para abrir los estrechos horizontes que hacia 1970 aquejaban a
la sociología del conocimiento, que no había sido
capaz de reaccionar ante lo que estaba sucediendo en la historia
y en la filosofía de la ciencia, especialmente a partir
de la revolución kuhniana de 1962.
Dicha apertura no sólo recuperó
el interés que la clásica Wissenssoziologie manifestaba
(con cierta timidez, todo hay que decirlo) por el conocimiento
científico, sino que fue más allá: ha abierto
la "caja negra" de las condiciones en que se crea<
el conocimiento (según lo que el "programa fuerte"
llama principio de causalidad), se ocupa tanto del conocimiento
que se supone verdadero como del falso (según el principio
de imparcialidad), y sin excluir de todo ello a la propia sociología
(de acuerdo con el principio de reflexividad). Creo que basta
recordar los famosos cuatro principios metodológicos para
que se califique de fuerte al "programa fuerte" de la
sociología del conocimiento.
El lector del libro de Iranzo y Blanco verá
que en el empeño de dar cuenta del que llaman "giro
social" de la teoría de la ciencia no son ingenuamente
complacientes con el "programa fuerte", aunque desde
luego lo son mucho menos con la denominada "concepción
heredada" de la ciencia: me refiero a la Putnam llamó
the received view, esto es, la del empirismo o el positivismo
lógico, considerada durante años como la filosofía
canónica de la ciencia. La perspectiva de este libro, no
hay que insistir en ello, se sitúa en la era postpositivista
que se abre en la segunda mitad de este siglo, y en la que tiene
lugar el surgimiento de la sociología del conocimiento
científico cuya responsabilidad corresponde en una parte
importante a la Science Studies Unite de la Universidad de Edimburgo.
En definitiva, y como dicen los autores en la Introducción,
lo que se proponen con su libro es "mostrar la influencia
de la visión recibida e incluir los procesos sociales como
constitutivos de la producción de conocimiento", sin
olvidar, conviene añadir, los factores estrictamente cognitivos.
Iranzo y Blanco ofrecen en las páginas
que siguen una reflexión sumamente articulada y brillante
de la sociología del conocimiento científico, cuya
lectura será sin duda provechosa. También será,
me parece, una fuente permanente de incomodidad intelectual, al
hacer al lector no sólo un poco más sabio, sino
mucho menos ingenuo. ¿Puede pedirse más?