Pamplonés de origen panameño, Gustavo Charles González, ingeniero industrial por la Universidad Pública de Navarra (1996) en la rama de Electrónica y Automática, acaba de cumplir 41 años en Noruega, país al que llegó hace unos meses, convencido de que "desde el punto de vista laboral, esto se asemeja al paraíso". Escandinavia no era un destino nuevo para él. Sus últimos cinco años en Pamplona, en los que tuvo también tiempo para desenvolverse con soltura en el mundo de la música, el teatro o el cine, separaban una estancia anterior de casi una década en Dinamarca, salpicada con incursiones profesionales en Estados Unidos e Inglaterra. "Casi sin quererlo me he convertido en un trotamundos", asegura este ingeniero de conversación ágil e ingeniosa, que ha sabido combinar en los últimos años su pasión por la música y el teatro con puestos de responsabilidad en diferentes empresas internacionales de renombre dentro de la industria química, la automatización industrial y las energías renovables.
Su currículum está brillantemente salpicado de una amplia experiencia profesional en el ámbito de la programación de autómatas. Bilingüe en inglés y español, domina otros idiomas como danés, noruego y francés. Acumula diez años de trabajo entre Europa y América. Es, además, traductor habitual de carácter autónomo de textos con fines literarios, científicos, técnicos y generales, tarea que ha desempeñado también para numerosas empresas, a través de Wortlain, como Volkswagen Navarra, SEAT y Bearcat, entre otras.
En la actualidad este ingeniero forma parte de la plantilla de Kongsberg Maritime, una empresa noruega que desarrolla sistemas de posicionamiento dinámico, navegación y automatización en el sector marítimo y offshore. En concreto, Gustavo Charles se encarga de la redacción de soportes técnicos para su publicación en forma de documentos técnicos (manuales de instalación y mantenimiento, instrucciones, descripciones de hardware, guías de operador, etc.).
Antes de buscar salidas laborales fuera de España trabajó en otras empresas como C.C. Jensen Ibérica. "Identificación en tiempo real de transitorios y accidentes en centrales nucleares usando redes neuronales artificiales" fue el trabajo de investigación de su Proyecto de Fin de Carrera, defendido en la UPNA y evaluado con la máxima calificación. En la actualidad ultima la licenciatura de Filología Inglesa en la UNED.
¿Qué te animó a estudiar esta ingeniería?
Sinceramente, no recuerdo bien las razones, pero estoy seguro de que en su momento me debieron parecer sólidas y de peso. En general, pasados unos años tiendo a olvidar la mayoría de las razones que me movieron a tomar decisiones trascendentes en mi vida, y la práctica totalidad de las que me movieron a tomar decisiones intrascendentes. Imagino que en esa tierna edad, con una voluntad algo más maleable, y una visión bastante más limitada del mundo, al menos dos factores influyeron en mi decisión. Por un lado, la a todas luces ficticia y extraña partición del mundo en "Ciencias" y "Letras", una moda que espero haya pasado a mejor vida. Pero entonces te obligaba a tomar una penosa decisión a una muy temprana edad, lo cual, básicamente, descartaba de un plumazo la mitad de las carreras. Por otro lado, me animó un cierto sentido práctico de la vida que, aparentemente, imperaba en mi entorno más cercano. Ingeniería parecía ser la llave que abría muchas puertas, aunque, por lo que he podido comprobar después, un número sorprendentemente bajo de esas puertas estaban cerca de mi casa.
¿Qué destacarías de tu expediente académico?
Destacaría lo que no consta en él. Que aprobé todo, y que algo aprendí, por ejemplo. Que no es poco. Que existe alguna conexión lógica, aplicable a cada asignatura, entre las preferencias propias, el esfuerzo invertido, lo que se logra aprender, y la nota obtenida, pero que dicha conexión es muy difusa, difícilmente cuantificable y perfectamente inútil para hacer predicciones. Que me resultó mucho más fácil olvidar lo aprendido que aprenderlo. Que con el tiempo me hube de conformar con recordar, así poco más o menos, de qué iba cada asignatura, y que la utilidad en la vida profesional de algunos de los conocimientos adquiridos entonces pertenece a lo esotérico. Otros, en cambio, han resultado muy útiles. Una pena no saber a priori a cuál de estos grupos pertenece cada cosa que se aprende.
Hablemos de profesores y colegas de clase…
Recuerdo algunas caras y algunos nombres, y a veces coincide que una cara y un nombre están asociados a la misma persona. Esto me sucede, por ejemplo, con los profesores Antonio Lumbreras, Joaquín Sevilla, Pedro Diéguez, José Basilio Galván, Victoria Mohedano, Julio Lafuente, Julián Garrido, Camino Leránoz... Con los compañeros de clase la cantidad de caras que recuerdo es abrumadoramente superior a la cantidad de nombres. Por si acaso, cuando reconozco una cara por la calle pienso, por defecto, "es de la Uni", aunque sólo acierto una de cada tres veces. Hubo fiestas, no vamos a negarlo. Creo que las más divertidas las he olvidado, quizá a causa de los excesos. Hubo actividades varias: Infersat, el viaje de fin de carrera, dos o tres partidas de mus y muchas, muchas experiencias que mereció la pena vivir.
Cinco años dan para mucho...
La carrera dura cinco años, pero como mínimo, porque a mí me llevó siete años acabarla, entre esto y aquello y lo de más allá, con eso de que cuando uno es joven, tiende a despistarse un poco...
Pero terminas la carrera y al poco tiempo ya estás trabajando...
La verdad es que, casi sin quererlo, me he convertido en un trotamundos. Todo empezó con una beca del ICEX, al poquito de acabar la carrera. Medio en broma medio en serio fui pasando pruebas, hasta que me encontré destinado en Dinamarca, en la Oficina Comercial de la Embajada de España en Copenhague, en 1997 y por un año. Renové la beca un segundo año, más por inercia que otra cosa, porque ya me había hecho a la ciudad y me veía algo reacio a cambiar de aires.
Fueron muchos años allí, toda una década. Mucha experiencia acumulada...
En Dinamarca, una cosa llevó a la otra, y ésta a la siguiente. Empecé a trabajar como ingeniero, aprendí danés, me rodeé de amigos, me compré un piso, me di un par de vueltas por Christiania, y de pronto habían pasado cuatro años. De modo que a la primera oportunidad que tuve de salir, salí. La empresa para la que trabajaba, Haldor Topsøe, tenía un interesante proyecto en Houston, EE.UU. Y allá me fui, a programar el sistema de control de una planta de catalizadores. Después de un año regresé a Copenhague. Pero ya entonces me había picado ese bicho que inocula una extraña sustancia que hace que no puedas parar quieto en un sitio. De modo que trabajé unos meses más en Copenhague, y en 2003 acepté otro proyecto interesante, esta vez en un pueblo llamado Kalundborg y para una refinería de la empresa Statoil.
Dinamarca, Estados Unidos, vuelta a Escandinavia... ¿Cuál fue el siguiente destino?
En 2004 me trasladé al Reino Unido, a trabajar para Rockwell Automation. Inglaterra me gustó, pero acabé regresando a Dinamarca. Por alguna extraña razón, siempre acababa regresando a Dinamarca. En esta ocasión el proyecto era en Frederiksund, no muy lejos de Copenhague, lo cual me permitió vivir, después de mucho tiempo, en mi propio piso. Y cuando ya estaba a punto de convertirme en un pequeño-burgués, llama la sangre y me veo haciendo las maletas para regresar a Pamplona.
¿Fue fácil volver a estar en casa?
Han sido cinco años, que resumiría en pocas palabras: dos años de trabajo y tres de crisis. Primero trabajé para C.C. Jensen Ibérica S.L, con planta en Sant Cugat del Vallés (Barcelona), dedicándome al diseño, desarrollo, producción y venta de sistemas de filtrado de aceite para el sector eólico. Después lo hice para Siemens como ingeniero de soporte técnico y escritor técnico, y desde entonces entonces sin mucho éxito en el terreno laboral. Fueron tres años muy variados en los que hice mis pinitos como actor, cantante, traductor, intérprete, modelo y conductor para producciones cinematográficas.
Una crisis que te hizo de nuevo a coger las maletas...
Pues sí. Ahora estoy en Noruega desde el pasado mes de marzo porque no me queda otra. Mi rueda de la fortuna da mucha vueltas, pero, cuando se para, parece que Escandinavia queda abajo, así que imagino que estoy aquí por gravedad. Pero no me puedo quejar. Conozco algo esta parte del planeta porque hay mucho en común entre Dinamarca y Noruega, y es innegable que hay bastantes cosas de esta zona del mundo que no me acaban de gustar. Pero no estoy para florituras, y en el mundo de lo laboral esto se asemeja al paraíso, cosa que no resulta difícil cuando se compara con España, entre otras razones porque hay trabajo, lo cual es, indudablemente, una ventaja. Si llamas, te responden; si escribes, te responden; si preguntas, te responden; si les interesas, te llaman; si les sigues interesando, te entrevistan; si persiste el interés, te hacen una oferta; si la aceptas, te esperan; si trabajas, te pagan, y un largo etcétera.
¿Y en qué consiste tu trabajo actual?
Vivo en la ciudad de Kongsber. Trabajo en Kongsberg Maritime, que desarrolla sistemas de posicionamiento dinámico, navegación y soluciones de automatización integradas para la flota pesquera, la marina mercante, plataformas petrolíferas, etc. Son sistemas muy complejos, con muchos subsistemas (sensores de todo tipo, GPS, antenas, radares, estaciones de operación, ordenadores, monitores, cartas digitales de navegación, etc.), cada uno de los cuales está a su vez formado por numerosos componentes. El escritor técnico se encarga de juntar todas las piezas de ese gigantesco rompecabezas que es la documentación. Hay cientos de miles de documentos, cada uno con su momento y su función. Algunos describen someramente un componente, otros detallan cómo se instala mecánicamente, o cómo se conecta eléctricamente, o cómo se configura, o qué tipo de mantenimiento es necesario, o cómo se utiliza el software que lo acompaña. Los hay que están vinculados a un producto, y los hay que dependen de un navío en concreto. Algunos se generan durante las pruebas de aceptación, y luego se revisan y se vuelven a revisar durante la instalación y entrega al cliente. Todos se almacenan en un sistema de gestión de documentos, se publican en pdf, se cuelgan en la web a la que tiene acceso el cliente, se incorporan a la base de datos a la que tienen acceso nuestro personal de servicio, se imprimen cuando es necesario enviar copia a los astilleros, a la compañía naviera, o al propio barco...
Visto el panorama, es indudable que animarías a cualquier recién titulado a buscar mejor suerte por el norte de Europa...
No se me da bien dar consejos. Si algún alumno de la titulación me lo pidiera, me quedaría en blanco, me pondría rojo, y tal vez acertaría a balbucear: "suerte". Pero no creo que esto se pueda calificar de consejo. Se me ocurre un contra-consejo: hay quien afirma que hay un tren, y que pasa sólo una vez, y que hay que subirse. Yo pienso que hay muchos, que pasan varias veces aunque nunca repiten itinerario, que van pintados de muchos colores, distintos y vivos, y que en ocasiones resulta divertido quedarse en el andén y ver cómo se alejan.
Y en una estación llamada España nadie quiere apearse ahora mismo o quien pasa en tren sigue de largo...
En España, las posibilidades de trabajo ya sabemos que son muy escasas. Hablo de mí. Yo he tirado la toalla. Llevamos años viendo granos y no había forma humana de extirparlos. Ahora resulta que tenemos un cáncer, y los granos me dan risa. Sólo que el tema es muy serio, y la risa como que se me corta. Sinceramente, no veo que haya por dónde cogerlo. Si fuera optimista, cosa que no soy, diría que el tema llevará no menos de una generación. O sea, 25 añazos. El problema es que el cambio de caras sólo es una solución cosmética, por mucho tiempo que lleve la operación. Cambiar una cara arrugada por otra menos arrugada no conduce necesariamente, en mi opinión, a nada bueno. La gente habla de "sangre nueva" y "nuevas ideas" como dando por supuesto que, por el mero hecho de que uno sea joven (u otro, o distinto) va a tener sangre e ideas. Y aunque así fuera, está por ver que sean "nuevas". Y aunque así fuera, está por ver que sean buenas. En España uno tiene un equipo de fútbol, un partido político y una religión. Y punto. Da igual si la tierra tiembla. Pandereta y cultura del pelotazo, y algún descastado que se atreve a mencionar Laponia, como si uno no tuviese que irse lo bastante lejos para encontrar un trabajo. En España no habrá conciliación con la vida familiar, ni igualdad de sexos en el trabajo, ni formación laboral decente, ni sueldos dignos, ni productividad, ni nada que se le parezca, en muchas décadas.
Estamos llenos de jóvenes que, si han tenido suerte de encontrar trabajo, en muchos casos lo hacen en puestos para los que no les haría falta la especialización universitaria de la que disfrutan...
Bueno, la última ahora es que hay que "rebajar" el currículo. En otras circunstancias, éste sería otro motivo que movería a la risa. Yo llevo años peleándome para que sólo ocupe dos páginas. Ya no sé qué quitar. He probado a eliminar un apellido y dos cifras del DNI. He hecho desaparecer mi lugar de nacimiento. He ignorado cursos, obviado idiomas, borrado mi expediente en Filología Inglesa. Pero los hay que pretenden que, por arte de birli-birloque, deje de ser ingeniero. Los hay que quieren que hable inglés con acento castizo. Los hay que quieren que mienta cuando me preguntan cuánto he cobrado. Hay quien pretende que sea joven, y estúpido, que no haya viajado, que haya acudido a la entrevista ignorante de lo que me van a ofrecer, porque desean ver un atisbo de decepción en mi rostro. Finalmente, hay quien quiere que mi falta de ambición sea sólo pretendida, porque creen que todos olemos sangre cuando vemos su poltrona. Pero muchos de nosotros somos lo que somos, sin mayores pretensiones, y todo lo que está escrito en nuestro currículum, poco o mucho, nos lo hemos ganado a pulso.